Lewis, Óscar. (1961) "Los hijos de Sanchez", pp 54-75
#ControlDeLectura:
pp54 #PRÓLOGO, #JesúsSánchez:
No tuve infancia.
Nací en un pueblo al lado del Paso del Macho,
en el Estado de Veracruz.
Poblacho muy solitario, triste;
de niño se no tiene las mismas oportunidades
que tienen los niños de la capital.
Carecí de todo.
Mi padre no nos dejaba jugar con otros chamacos;
nunca nos compró juguetes; siempre aislados.
A la escuela fui nada más un año,
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Lo poco que sé leer lo fui aprendiendo poco a poco fuera de casa.
Desde que pude trabajar, empecé a trabajar;
desde los diez años hasta hoy día.
Vivimos en casas de una pieza,
como la que tengo hoy día.
En una pieza dormíamos todos,
cada uno en su camita de madera, hechas de tablas y cajones.
No había camas de tambor.
Por la mañana, me levantaba y me persignaba;
me lavaba la cara y la boca,
y luego me iba a buscar agua.
Después de desayunar,
A veces agarraba un machete y un mecate,
y me iba al campo a buscar leña seca.
Volvía cargando un pesado atado desde muy lejos.
Ése era mi trabajo cuando vivía en casa.
No conocí juegos.
Cuando joven, mi padre fue arriero, trabajaba con mulas,
compraba mercancías y las iba a vender a otras partes, muy lejos.
Era completamente analfabeto.
Después puso una tienda en un camino real,
de un pueblo a otro, en puro monte.
Allí hizo su jacal, y allí nacimos nosotros.
Después nos cambiamos a un pueblo,
donde mi padre abrió una pequeña tienda.
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Cuando llegamos,
mi padre tenía en el bolsillo 25 pesos,
y con ese capital empezó a trabajar el comercio otra vez.
Un compadre le vendió una marrana grande en 20 pesos,
y la marrana le daba en cada cría 11 marranos.
Los marranos de dos meses valían diez pesos.
¡Y diez pesos, entonces, valían!
Con mucha constancia y mucho ahorro levantó cabeza.
Empezó a hacer cuentas, aprendió a sumar,
y él solo hasta aprendió a leer un poco.
Más tarde abrió una tienda de abarrotes,
grande y bien surtida, en Huauchinango.
Yo tengo una libreta en que anoto muchas cosas,
como hacía mi padre.
Anoto las fechas de nacimiento de cada uno de mis hijos,
los números de mis billetes de lotería,
lo que gasto en los marranos
y lo que gano de su venta.
Mi padre era poco comunicativo con sus hijos.
Conocí a su madre, mi abuelita,
y al medio hermano de mi padre.
Nunca conocí a su padre,
ni a la familia de mi madre.
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Entre mis hermanos había armonía;
crecieron, y se fueron cada uno por su lado.
Yo fui el más chico, me quedé en casa.
El mayor entró de soldado,
y en un accidente se mató;
se le disparó el rifle.
Después, Mauricio, el segundo,
él estaba en la tienda de Huauchinango, la segunda tienda,
porque la primera terminó con la revolución;
en la tienda entraron unos hombres a robar,
eran cuatro, y Mauricio agarró a uno y le desarmó,
pero por detrás otro le dio un golpe y lo mató.
Murió rápido: le echó fuera los intestinos.
Mi hermana Eustaquia, murió allí en Huauchinango,
joven, como de veinte años.
Después, mi hermano Leopoldo,
murió aquí en la capital,
en el Hospital General.
Fuimos seis,
pero mi hermano gemelo murió de chiquito,
¡nada más quedo yo de la familia!.
Mi padre no era muy cariñoso,
no se daba cuenta exacta de si yo necesitaba alguna cosa,
y en la provincia no había mucho en qué gastar.
No había teatro, ni cines, ni futbol, nada de nada.
Mi padre nos daba
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cada domingo unos cuantos centavos.
Hay distintos caracteres,
y no todos los padres saben mimar al hijo.
Mi padre pensaba que si mimaba mucho al hijo,
luego no serviría para trabajar, lo echaría a perder.
Yo también pienso así,
pues el hijo no se desenvuelve por sí solo,
no aprende a ver la vida como es,
crece temeroso
porque tiene siempre la protección de los padres.
Mi madre nació en un pueblo pequeño,
y apenas recuerdo cómo se llama.
Era muy callada, no me platicaba nada.
Era tranquila, buena gente, con un corazón noble,
y recibí mucho cariño de ella.
Mi padre era más duro, más enérgico.
Mi madre fue una mujer limpia y recta en sus cosas,
ordenada en todo, en su matrimonio, ¡en todo!.
Pero mis padres tenían disgustos
porque mi padre tenía otra mujer,
y mi madre estaba celosa.
Yo tendría unos siete años cuando se separaron mis padres.
Y los revolucionarios saquearon la tienda,
terminó el negocio, se acabó la familia,
se deshizo el hogar.
Yo me fui con mi madre y mi hermano
que trabajaba de peón en un rancho.
Yo también trabajaba en el campo, cortando caña.
Dos años más tarde, mi madre se enfermó,
y mi padre vino en burro a vernos.
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Vivíamos en una casita muy pobre,
nomás tenía techo en un lado, el otro estaba descubierto.
Pedíamos maíz prestado
porque ni había para comer.
No había medicinas, ni médicos,
ni nada para curar a mi madre,
y fue a morir a la casa de mi padre;
¡reconciliación de última hora!.
Cuando murió mi madre... ¡ahí empezó la tragedia!
Yo tenía unos diez años,
me fui a vivir con mi padre, como a los doce años,
salí de casa para trabajar.
Tuvimos madrastra hasta mucho más tarde.
Yo estaba fuera de casa cuando sucedió este asunto.
Mi padre se casó con una mujer que le robó, le quitó todo
y lo dejó en la calle;
ella y sus hermanos.
Iban a matarlo una noche, por el dinero,
unos vecinos se metieron, y se separó la mujer.
Se habían casado por lo civil.
La mujer,
en combinación con la gente de allí,
le quitó la casa y le quitó todo.
Entonces mi padre compró otra casita
por otro lado del mismo pueblo,
y ahí se puso a trabajar otra vez en el comercio.
Pero se enfermó de muerte.
Sí, a veces los hombres
queremos ser muy fuertes y muy machos,
pero en el fondo no lo somos.
Cuando se trata de una cosa moral...
una cosa de familia que le toca a uno
las fibras del corazón,
a solas el hombre llora y se duele.
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Mucha gente toma hasta ahogarse y caerse,
y otros agarran la pistola
y se pegan un tiro porque ya no pueden
con aquello que sienten dentro.
No expresan nada, no explayan sus penas;
agarran la pistola, y ¡se acabó!.
Mi padre, dejó una casita con algo de mercancía,
que yo recogí.
Yo era el único hijo que quedaba.
Estaba ya en México, trabajando en el restaurante,
me mandaron un telegrama,
encontré a mi padre todavía con vida,
y yo lo vi morir.
Junto a su cabecera me dijo:
—No les dejo nada, pero sí un consejo les doy:
nunca se junten con amigos, es mejor andar solo.
—Así hice yo toda mi vida.
Y ese medio hermano de mi padre,
en combinación con la gente, me metió en la cárcel.
Yo le di lo que mi padre dejó para él en el testamento escrito,
debía darle el cincuenta por ciento.
Pero el medio hermano, pa’ nada servía, no le gustaba trabajar.
Yo cumplí en una forma limpia, legal.
Le di una máquina vieja de coser Singer
que había en la casa.
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Pues me metió en la cárcel por cien pesos.
¡Qué miserable!. Le di los cien pesos;
y su parentela se los repartieron
y a mi tío le dieron diez pesos.
Ni en la propia parentela puede uno confiar
cuando se trata de dinero.
¡La ambición es tremenda!.
Yo me acostumbré a trabajar constantemente.
Nunca tuve ambición de la herencia de parte de mi padre,
"¡dinero sea por mi trabajo ganado con mis propias manos!".
"¡fue tomarle amor al trabajo!.
Al irme de casa a los doce años,
sabía que si no trabajaba, no comía.
Primero trabajé en un molino,
luego limpiando terreno con el azadón
en una plantación de caña,
y después cortando caña en un ingenio.
¡El trabajo era
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muy duro!,
pagaban un peso y medio por cortar novecientas o mil cañas.
Poco a poco me fui acostumbrando a ese trabajo
y al principio hacía media tarea;
me pagaban 75 centavos de peso, ni para comer.
Tenía mucha hambre y me pasaba muchos días sin comer
o con sólo una comida al día.
Así trabajé cuatro años.
Después conocí a un español
que tenía un molino de masa.
Él sabía que yo conocía algo de básculas,
me dio en México trabajo.
Todo mi equipaje era una cajita que tenía con ropa.
Yo quería conocer México porque nunca había salido.
Tomamos el tren al día siguiente llegamos a Tacuba,
después de trabajar un tiempo para él, me corrieron,
él buscó la forma de echarme.
yo ignorante de todo, no conocía una sola calle;
sin dinero, sin conocer a nadie, ni nada.
¡como dicen: "Donde
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todo falta, Dios asiste".
«Había un señor que trabajaba en un molino de masa
y que pasaba a diario por allí.
me vio y me dijo
que su patrón quería
que picara unas piedras para su molino.
Pero había eso de los sindicatos,
para poder trabajar en su molino,
y desde la Tlaxpana fui andando hasta cerca de Tepito,
donde estaba el sindicato de molineros.
Me preguntaron cuánto dinero traía,
y les dije que ni un centavo,
¡y no pudo arreglarse nada!.
Volví andando otra vez, sin nada en el estómago.
Estaba en la misma situación que antes, vuelta a pasar hambre.
Entonces me fui buscando por las tiendas de abarrotes,
a ver si buscaban un mozo.
Yo conocía algo de abarrotes, podía despachar ligero.
Fui buscando tienda por tienda, pero sin suerte.
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Por todos lados veía pan, y yo con tanta hambre;
Después conocí a un señor en la Tlaxpana,
tenía una tienda de abarrotes muy bien parada.
Quería trabajar, yo no tenía referencias,
me tomó a prueba quince días,
ganaba medio peso diario y el alimento,
yo con mi paquete de ropa,
porque no tenía dónde dejarla;
me puse a despachar, andaba como sobre rieles,
rápido en todo; ¡necesitaba trabajar!, ¡necesitaba comer!;
pasaron quince días, pasó un mes, pasaron dos, tres...
Yo andaba muy contento.
Trabajaba de las seis de la mañana a las nueve de la noche,
sin descansar.
El desayuno se tomaba en la tienda, helado;
no había tiempo de tomarlo caliente.
Había mucha clientela.
Iba a dejar pedidos a domicilio,
y cargaba sacos de sal y cajas de cerveza
que apenas podía levantar.
Una mañana,
el patrón llevó a otro muchacho
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que se quedó en mi lugar.
me echó del trabajo.
A la mañana siguiente estaba otra vez en la calle.
Algunas veces esas situaciones
le benefician a uno,
porque uno aprende a ser hombre
y aprende a apreciar las cosas en todo su valor;
Cuando estaba en la tienda conocí a un muchacho
que tenía un pariente que cuidaba todo un edificio.
Le pedí que me diera una nota para este pariente, y fui a verle;
le entregué la nota, y acomodé mi cajita,
y otra vez empecé a buscar trabajo.
Es entonces cuando entré a trabajar en el restaurante "La Gloria".
Me pagaban doce pesos al mes y tres comidas.
Entré con todo y mi cajita de ropa,
y me puse a hacer todo lo que me mandaban.
Trabajaba todo lo que podía, y pocos días después
tuve una hernia por levantar un bulto pesado.
Fui al baño, y vi una bolita en mi ingle, la apreté y me dolió;
fui al médico, era un principio de hernia.
Tuve suerte de ir a aquel médico,
porque era del Hospital General
y él me
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internó.
Y ahora ¿qué hago con mi trabajo?.
Hablé con el patrón, un español, hombre decente y buena gente.
Le pedí permiso para que me operaran.
Me operaron rápido,
pero cometí una tontería;
después de la operación,
sentía muy raro por las grapas,
por la noche alcé el vendaje
y me toqué con la mano, y me infecté;
en lugar de estar quince días en el Hospital,
tuve que estar cinco semanas.
Cuando salí, me fui derecho para el restaurante,
y ya estaba otro en mi lugar;
pero el patrón me volvió a admitir,
sí, llevo más de treinta años de servicio,
sin faltar ni un solo día.
Los primeros quince años trabajé dentro;
ayudaba en todo y aprendí a hacer pan y helados.
Trabajaba de 14 a 15 horas.
Después empecé a hacer las compras para el restaurante.
Cuando empecé a trabajar,
ganaba ochenta centavos por día.
Ahora, después de treinta años,
tengo el salario mínimo de once pesos diarios.
Pero nunca pude vivir solamente con este salario.
Parece que el trabajo es una medicina para mí.
Hasta se me olvidan a veces los problemas hogareños.
Me gusta todo lo que tengo que caminar,
me gusta platicar con los vendedores del mercado,
los conozco a todos,
después de tantos años de comprarles fruta,
verduras, queso, mantequilla y carnes.
Hay que
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saber comprar,
porque todas las frutas tienen su temporada, ¿no?;
como los melones, los primeros no valen
porque vienen de diferentes partes,
de Morelos, de Michoacán, de Cortazar.
Los de Guanajuato son muy buenos,
y también los amarillos de Durango.
Lo mismo con la naranja y con las verduras;
de los aguacates, el mejor es el de Atlixco y Silao,
pero la mayor parte se exporta a Estados Unidos.
Hay que observar mucho para conocer las frutas y poder comprar.
Yo compro cada día unos 600 pesos de mercancía para el restaurante.
Por la mañana me entregan el dinero
y pago en efectivo por cada compra,
no hay notas ni recibos,
llevo mis cuentas,
y cada día entrego a la caja la lista de gastos.
Todos los días llego al restaurante a las siete
para abrir las cortinas.
Después trabajo un poco dentro,
desayuno y me voy al mercado a las nueve y media.
Me ayudan dos muchachos
que llevan en carretillas la compra al restaurante.
Luego regreso como a la una y media;
casi siempre falta algo, y hago otro viaje.
Vuelvo al restaurante a las tres, como,
y a eso de las cuatro me marcho a cuidar de mis marranos,
a vender billetes de lotería
y a visitar a mi hija Marta y los niños.
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Los compañeros de trabajo me aprecian mucho,
me estiman por ser yo el más viejo de la casa,
en el trabajo siempre bromeamos y eso es una distracción;
siempre me he portado dentro del orden
y me he llevado bien con el patrón.
Muchos obreros sienten cierta antipatía hacia el patrón
y no tienen mucha ayuda moral de la casa;
por ese lado, estoy bien porque sé que el patrón me estima,
lo demuestra el hecho de que a mí me permite trabajar parejo,
los siete días de la semana y las vacaciones;
durante años he trabajado el miércoles, mi día libre.
Respeto a mi patrón y trabajo lo mejor que puedo.
Él es para mí como un padre.
Todo lo que hago es trabajar y cuidar de mi familia.
Nunca voy a fiestas.
Sólo una vez, cuando vivíamos en la calle de Cuba,
fui a una fiesta que hacían personas de la misma vecindad,
bailé un poquito, pero sin tomar gran cosa;
me fui a acostar a mi casa, y se acabó;
para mí no hay paseos ni fiestas, ni hay nada,
sólo trabajo y familia.
Donde trabajo no tengo compadres,
considero que el compadrazgo es cosa seria,
una cosa que debe respetarse.
Cuando he tenido compadres he procurado
que sean gentes mayores de edad,
no jovencitos ni de la casa donde yo trabajo;
no me gusta, porque luego hacen fiestas,
se
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emborrachan mucho y hasta se matan,
cuando me invitan, nunca voy.
Fue en La Gloria donde conocí a Leonor,
la mamá de mis hijos, me enamoré,
era chaparra,ancha de espaldas, morena, gente muy fuerte.
Yo tenía unos dieciséis años,
y ella dos o tres más que yo;
llevaba muchos años viviendo en la capital,
y había tenido un marido en unión libre,
yo la recibí con una niña como de diez meses,
era lo más natural, pero la niña enfermó y murió al poco tiempo;
Yo ganaba ochenta centavos al día
y no podía pagar diez o quince pesos al mes por una casa,
por eso fui a vivir con su familia.
Entonces yo era muy joven, muy pobre y muy torpe,
como un pedazo de madera,
me casé porque necesitaba vivir con mi mujer;
pero el muerto y el arrimado a las veinticuatro horas apestan.
Sus hermanos tomaban mucho y había disgustos
porque pegaban a sus mujeres;
entonces hice el esfuerzo de buscar una casita para vivir aparte,
encontré una habitación,
por la que pagábamos diez pesos.
Yo no tenía ni cama,
ella ganaba buenos centavos con el pastel que vendía,
a veces ganaba
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sus ocho pesos diarios.
El comercio siempre deja y,
yo «me enterré como un camote» en el restaurante
y ya no salí.
Leonor tenía su carácter, un genio muy fuerte,
y por eso no podía vivir tranquilo con ella.
Quería que nos casásemos, y eso me ponía furioso.
¡Yo pensaba que me quería amarrar para toda la vida!
Estaba equivocado, pero así era yo entonces.
Leonor fue la primera mujer que conocí,
perdimos a nuestro primer hijo,
una niña que se llamaba María,
se murió a los dos o tres días de nacer, de pulmonía.
Algunos dicen que se le reventó el vientrecito.
Después nació Manuel,
y yo me sentía feliz con mi primer hijo,
estaba hasta orgulloso de ser padre;
le miraba como si fuera una persona extraña.
Yo era tan joven que no tenía experiencia.
Uno no siente mucho cariño al principio por los hijos,
pero a mí siempre me gustaron los niños.
En aquel entonces yo estaba completamente en la miseria;
ganaba sólo ochenta centavos al día
y eso no daba para mucho,
Leonor esperaba al niño no podía trabajar,
y sin sus diez o doce pesos diarios
nos faltaba de todo.
Con lo suyo pagábamos siempre los gastos de casa.
Después de Manuel nació otro niño que murió
a los pocos meses.
Murió por falta de dinero y por ignorancia.
No teníamos experiencia y murió.
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Leonor era buena persona,
tenía un carácter fuerte,
le daban muchos ataques al corazón y la bilis,
no tenía suficiente leche para sus hijos,
no era de esas madres cariñosas que miman a sus hijos,
no les golpeaba, aunque se ponía muy enojada
y les hablaba muy fuerte,
no les besaba ni abrazaba, tampoco les trataba mal.
Ella estaba todo el día fuera de casa y vendiendo pastel.
Yo tampoco fui muy cariñoso con los hijos,
No sé si porque a mí me faltó cariño en mi niñez
o porque quedé solo con ellos,
o porque siempre tuve la preocupación del dinero.
Tenía que trabajar muy duro para alimentarlos,
no tenía tiempo para ocuparme de ellos.
Creo que en la mayoría de los hogares
los disgustos y las tragedias tienen una base económica;
porque si uno necesita cincuenta pesos diarios y no los tiene,
pues anda molesto, anda preocupado y hasta se pelea con la esposa;
el dinero es motivo de muchos disgustos
en la mayoría de los hogares de los pobres.
Cuando Leonor estaba embarazada de Manuel,
empecé a ver a Lupita.
Lupita también trabajaba en el restaurante "La Gloria".
Leonor y yo siempre teníamos disgustos,
y de cualquier disgusto quería tumbar la casa,
era demasiado celosa y siempre se enojaba,
cuando yo llegaba a casa,
siempre estaba de humor negro por cualquier cosa.
Por ese genio
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tan fuerte que tenía le daban ataques;
se le iba el pulso y parecía muerta.
El médico no sabía cuál era el origen de los ataques.
Y eso, poco a poco, me fue causando molestia.
Yo buscaba afecto,
una persona que me comprendiera,
alguien con quien desahogarme;
hay distintos caracteres,
y muchas veces
cuando el hombre humilde no encuentra afecto en su hogar,
lo encuentra afuera del hogar;
decía un doctor:
—Para estar contenta,
una mujer necesita estar bien vestida, bien comida y bien cogida;
y para eso, él debe ser fuerte y acordarse con frecuencia de ella;
hágalo así y verá.
Pero una mujer que está siempre disgustada
hace que el marido se olvide de ella.
Es una cosa mal hecha, lo sé,
y fue entonces cuando empecé a hablar con Lupita.
Mi organismo no es muy fuerte que digamos,
pero siempre he sido un poco cálido de temperamento;
antes de ir con Lupita yo había estado en una casa de citas,
en la calle Rosario; allí cogí una infección.
No tuve cuidado, no tenía experiencia y nada más,
desde entonces no he vuelto a esos lugares.
Pero a pesar de mi mala conducta,
he tenido buena suerte.
Nunca he tenido quejas de las
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mujeres que han vivido conmigo,
todas fueron morenas y de mucho temperamento.
Una mujer honrada, debe aguantarse física y moralmente.
Yo he tenido cinco mujeres...
hubo una con la que tuve un hijo, pero se casó con otro.
Ese hijo tendrá ahora veintidós años,
y creo que es hora de ir a reclamarlo.
Sí, he tenido cinco mujeres y varias aparte,
y la suerte sigue favoreciéndome por los cuatro lados;
fue suerte la mía, al ser yo nadie, analfabeto, sin escuela,
ni capital, ni estatura, ni juventud, ni nada,
y tener suerte con las mujeres por todos lados.
Otro estaría en la cárcel
quién sabe por cuanto tiempo.
La libertad vale mucho,
y yo no he buscado muchachas nuevas. ¡No!.
Todas mis mujeres habían estado casadas
antes de vivir yo con ellas.
Si fueran muchachas nuevas
querrían casarse por la Iglesia o por lo civil,
o si no estaría yo ahí veinte años en la cárcel.
Al entrar en relaciones con Lupita,
yo no fui con la idea de que se hiciera de familia.
Pero el embarazo vino pronto.
Nos veíamos en su pieza, en la calle Rosario,
donde vivía con sus dos hijas.
Eran
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tan chicas que no podían darse cuenta todavía.
Ellas siempre me respetaron
y hasta hoy me llaman papá.
En aquel entonces yo ganaba muy poco
y no podía mantener a Lupita.
Ella seguía trabajando en el restaurante.
Pero desde hace quince años yo le pago la renta.
Aquí, en México,
cuando uno recibe a una mujer con un hijo,
como yo recibí a Leonor,
la mujer no se siente con todo el derecho
para reclamar al marido.
Ella sabe que cometió un error antes.
Pero si aquí se casa uno,
con una mujer señorita por la Iglesia y por lo civil,
las cosas cambian.
Esa mujer sí tiene el derecho de hacer reclamaciones.
Pero Leonor era muy difícil,
sufrí mucho con ella, pero nunca la abandoné.
fui fiel a mis creencias.
Sólo dejé la casa por unos cuantos días cuando nos enojábamos.
Siempre volví,
porque quería mucho a los hijos.
Bueno, un día murió;
como a las siete de la noche estábamos bebiendo atole
y comiendo gorditas,
y me dijo:
—me muero este año.
—Siempre se quejaba de dolores de cabeza muy fuertes.
Y a la una de la mañana:
—¡Ay!, ¡ay!, me muero; cuida de mis hijos.
—Estaba ya agonizando.
Apenas tuve tiempo de ir a buscar al médico.
Cuando llegamos, le puso una inyección, pero no la ayudó.
Estaba embarazada, pero el médico dijo:
que se le había reventado una arteria
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en la cabeza.
¡Lo que sufrí aquellos días!.
Caminaba por las calles como un sonámbulo.
la abuela en casa estaba,
y ella pudo cuidar de los chamacos
---
D'Eva TV. (17 ago 2012). "LUCIA MENDEZ - THE CHILDREN OF SANCHEZ" [Archivo de Video] https://youtu.be/9-fgpG8yMT8?si=ev0Zgl-zyCciex80 YouTube .
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