martes, 24 de enero de 2017

#LaCitaExtrañaCon
Fabio Morábito
"De Lunes Todo el Año"
Ed. Verdehalago, México 2005, pp 105.
861M M671 D42 Biblioteca VasConCelos
Ejemplar 1.
página 11 ÉPOCA DE CRISIS
Este edidifio tiene
los ladrillos huecos,
se llega a saber todo
de los otros,
se aprende a distinguir
las voces y los coitos.
Unos aprenden a fingir
que son felices,
otros que son profundos.
A veces algún beso
de los pisos altos
se pierde en los departamentos
inferiores,
hay que bajar a recogerlo:
"Mi beso, por favor,
si es tan amable".
"Se lo guardé en papel periódico".
Un edificio tiene
su época de oro,
los años y el desgaste
lo adelgazan,
le dan un parecido
con la vida que transcurre.
La arquitectura pierde peso
y gana la costumbre,
pp12 gana el decoro.
La jerarquía de las paredes
se disuelve,
el techo, el piso, todo
se hace cóncavo,
es cuando huyen los jóvenes,
le dan la vuelta al mundo.
Quieren vivir en edificios
vírgenes,
quieren por techo el techo
y por paredes las paredes,
no quieren otra índole
de espacio.
Este edificio no contenta
a nadie,
está en su época de crisis,
de derrumbarlo habría
que derrumbarlo ahora,
después va a ser difícil.
24 LOS COLUMPIOS
Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son,
no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie se roba los columpios,
la radio no trasmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuersos
25 para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan
del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.
37 CORTEZA
De niño me gustaba
desprenderla,
limpiar el tronco,
dejar al descubierto
la verde urgencia
de otra capa,
sentir abajo
de los dedos
la rectitud del árbol,
sentirlo atareado
allá en lo alto,
en otro mundo,
indiferente a mis mordiscos,
capaz de sostenerse
sin corteza,
capaz de reponerse
de cualquier ofensa.
38 PARA SENTIRSE VIVO
En la naturaleza
todo está de pie:
los árboles,
las hojas que se estiran
para limpiarse de las ramas.
Y cada uno piensa que los otros
son el suelo.
Las hojas creen
que toda rama está acostada
y ciega,
los pájaros
que el árbol ya no crece,
que es una especie de ruina,
y el árbol cree
que no hay más árboles,
no cree más que en sí mismo.
Nadie soporta que el sustrato
en que se apoya
tenga una vida propia,
que no esté muerto,
extinto,
que sea ligero.
39 Para sentirse vivo
hay que pisar una desolación,
algo que ya no tiene nada
que decir.
42 NO TENER CASA
¿Cómo orientar la casa,
cómo orientar lo que no tengo?
Unos la orientan
al amanecer,
otros la orientan al crepúsculo.
Yo que no tengo casa aún
puedo orientarla hacia las cosas
más minúsculas.
Puedo tener la casa
junto al mar
pero de espalda al mar,
de frente a lo que está hechizado
por el mar,
puedo orientar la casa
por intuiciones súbitas
a costa de perderla
y no alcanzarla nunca.
Yo sé que cada muro es el comienzo
de una nueva casa,
es el atisbo de una casa
aún posible.
Quiero una casa que no apague
esos vislumbres,
que no se oriente hacia ningún
43 país feliz
y esté empezando siempre,
sin ángulos mortales,
ni muros decisivos
ni esfuerzos muy profundos;
quiero una casa
que no se oiga,
que no haga esquina,
que no haga puntas,
que no haga ningún verde
previsible;
quiero una casa que regrese
a la primera piedra cada día,
que se despoje de sus muros
en la imaginación de los que duermen
y ayude a conciliar su sueño,
que sea una casa abierta
a toda profecía.
57 LA LUNA LLENA
Después de recibir la carta
de mi padre, mi madre
comenzó a vender
los muebles,
quería costear el viaje
dejando intactos los ahorros.
Venían los compradores
y una señora se llevaba el radio
o la televisión, otra un tapete,
otra un florero.
La casa se vaciaba sin criterio.
Mi hermano y yo,
de vuelta en casa,
mirábamos la luna
que entraba a manos llenas en los cuartos.
Mi madre ya dormía, o casi.
Dejábamos las luces apagadas
por los moscos.
Quedaba poco: un clóset,
nuestras camas,
el refri y unas lámparas.
La vida así, sin nuestro padre
y sin los muebles,
era un paréntesis.
No daban ganas de dormirse.
58 Mi hermano se servía
su limonada y se sentaba
en uno de los dos balcones,
yo en el balcón del otro lado.
Mirábamos el mismo cielo.
Era como velar el sueño de mi madre,
como haber sido siempre adultos.
La luna entraba
y no encontraba
obstáculos.
Estábamos de vacaciones
hasta el vértigo, teníamos
entre manos
un viaje sin regreso.
Mi hermano hacía sonar
los hielos de su vaso,
yo no sabía hacer nada aún,
estaba íntegramente vivo,
íntegramente inexpresivo.
No sé si era feliz
o desdichado,
pero absorbí
ese verano que fue el último
como un resumen
de mi infancia,
como la cifra de una edad
cerrada de un portazo,
y en eso tuve suerte:
59 poder decir se terminó,
aquí se corta esta madeja,
reunir en un lugar
toda una época,
es enterrar de veras algo,
tener conciencia
de lo que es estar vivo,
antiguo como cualquier piedra.
Y si la veo
que sigue recorriendo el cielo
idéntica, invariable,
como diciendo soy la misma
y ustedes son los mismos,
todo es lo mismo para siempre
y el tiempo no dio un paso desde entonces,
ya no le creo, y si le creo,
ya no me turba como antes.
60 EMIGRANTES
Los tíos se mueren lejos,
en medio está el Atlántico,
los primos envejecen.
Desde hace años
no nos mandamos otras fotos
que las de nuestros hijos.
Ya no tenemos nada que decirnos.
Qué enorme goma de borrar
es el océano,
con más verdad que todas las promesas.
Ahora, si escribiera,
escribiría a los que ya murieron:
a Ettore, por ejemplo,
o a mi tío Roberto;
se han vuelto los parientes
más cercanos,
se han vuelto transparentes.
Tal ves espero
que los otros mueran
para amarlos
para entenderlos,
para decir
crucé el Atlántico de veras.
61 CLUB ITALIANO
 a Javier, Arturo y Billy.
Tenía una alberca regular,
cinco o seis canchas
de tenis,
una cafetería que daba
a un poco de jardín,
luego un frontón
y un gran salón de baile.
No era gran cosa,
su mejor época debió ser
por los cincuenta
o los sesenta
mi padre se hizo socio
cuando ya estaba decayendo
lentamente,
como declinan las especies vivas.
Era aburrido
y en ciertas tardes de verano,
después de haber llovido,
cuando no había ni un alma,
tenía el especto de un asilo
para ancianos.
Era pequeño, casi íntimo,
62 y pese al nombre,
los italianos eran sólo cinco o seis,
lo cual lo aligeraba.
Ahí aprendí español
y tuve mis primeros dos o tres
amigos
con quienes me aburría
en las horribles sillas
de la alberca;
éramos malos para el tenis
y para las muchachas.
Le echábamos la culpa a un club
tan decaído.
Cuando avisaron que lo iban a vender
la mayoría fue emigrando
a clubes de más éxito.
Nosotros nos quedamos por inercia
contando el año que faltaba
para el cierre.
Lo detestábamos,
pero era nuestro ahora
que se volvía decrépito.
El pasto recubría las canchas
desoladas
y el agua de la alberca
estaba siempre fría,
y yo, viendo ese paisaje muerto
63 y cada vez más solidario con el verde,
sentí que estaba radicado en México
de veras,
que era imposible regresar a Italia.
* 71 tengo que armarme de valor
para perder confinza
en lo que sé
y regresar al día
en que mi risa quedó trunca
entre las páginas de un libro,
75 DE LUNES TODO EL AÑO
Los gallineros
sin asueto,
de lunes todo el año.
¿No es la gallina
el lunes de la fauna,
el vuelo ya depuesto,
la vuelta a lo prosaico?
Los lunes
se desmontan las tarimas
y los estrados,
se desclavan lo  clavado
y las promesas,
la realidad vuelve
a su estado bruto,
a la poesía.
Y algo en nosotros cede,
vuelve a la escuela,
y algo trata de huir,
de irse de pinta.
Y oímos otra vez la voz
de las gallinas,
76 sirenas de la infancia,
que nos llamaban
con su pasmosa libertad
y nos encarcelaban con sus ojos
atrás de un alambrado.
Depositábamos los útiles
a un lado, y mientras las mirábamos,
oíamos apagarse
la voz de las maestras
atrás de las montañas.
80 EL TRÁFICO NO CANSA
El tráfico no cansa,
nos cansarían las calles
anchas, despejadas,
como nos cansan los sermones.
El tráfico amalgama
y nos libera de una cantidad
de calles fatuas,
sin remedio.
Uno se deja transportar
por otras decisiones,
se integra a un ritmo,
apenas se desvía de un tronco
otro lo absorbe,
poniéndolo al corriente.
Nadie se queda solo
con sus argumentos,
nadie se pierde.
El tráfico lo surte
a uno de más tráfico,
lo reconduce siempre
81 aunque por poco
al punto que dejó.
Así eran las murallas
de otra época:
traían de vuelta a cada uno,
a nadie lo dejaban solo
con sus argumentos.
82 REBAÑOS
Yo se cómo se hace
un árbol: bombeando
medianía
a sus tejidos
y luego con las hojas
absorbe sus errores,
sus falsos entusiasmos,
corrige su estatura;
así también se forman las manadas,
los rebaños, la dicha
de vivir a grandes rasgos,
en medio del contagio,
siempre en medio,
para sentirse vivo
en la corriente
de los otros, sentirse
transportado y perdonado.
A veces ya no tengo ganas
de crecer
sino de zambullirme,
reunirme entero en un instante,
una función o un gesto,
poseer la justa dosis
de alteridad
y de letargo,
83 perder de vista
el horizonte,
vivir en un eterno lunes
de imperturbable pasto,
de hierba sin cesar en crecimiento,
y conformarme con el verde
de los hechos, nada más.
84 LLUVIA NOCTURNA
A veces nos despietas,
y es una mano maternal
que nos despierta,
es una sueva admonición
como una luna diurna.
¿Qué antigua herida
aplacas o deshaces
en la sangre
del presente,
tú que reanimas la madera
de los muebles,
los timbres de la casa,
y al otro día nos das
la justa edad de todo,
lluvia restauradora
de la circulación idónea,
lluvia que llueve no en los vidrios
sino directamente en el oído,
entre las yemas de los dedos,
como la muerte que huimos?
88 LOS SURFEADORES
Miro a los surfeadores
con envidia:
se saben atener
a su propósito,
suspenden sus pasiones,
se simplifican
donde el mar
se descorteza,
saben el arte
de no gravitar,
o gravitar lo mínimo,
y encuentran
el camino menos arduo.
En todo, a lo mejor,
hay un camino así
hay una línea de un hallazgo,
de un desliz secreto.
En las montañas
es una veta
de metal precioso;
el oro se adelgaza
y da el rodeo más largo,
por eso se hace oro.
Los suerfeadores
toman el rumbo
menos pronunciado,
el más oblicuo,
toman los bordes extremosos.
Son como condenados
que alargan como pueden
el último cigarro.
97 DE UNA LEJANA SANGRE
De una lejana sangre
viene el mosco,
viene a robarnos
lo que cree que es suyo,
viene derecho al grano.
Como los que han vivido
demasiado,
él lo ha probado todo
hasta quedarse con lo único:
la sangre;
no espera nada de la vida,
porque para vivir
hay que olvidar la sangre,
quien no la olvida ya no vive,
tan sólo zumba
en busca de más sangre,
como la sangre zumba
por las venas
que la estrechan
y no le dejan ver el corazón.
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Vocabulario:
76 pasmosa, 70 fárrago, 65 anodino.
####Nota: márgenes 13 mm todos los lados para perforar. Tamaño del papel: carta angosto. 10.8 x 27.9 cm. cortar con escuadra.###

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