#LaCitaExtrañaCon #Luis Cernuda , Poesía Completa, volumen I, Ed. Siruela, ed. 4a.Madrid 2002 pp863.
33 Un lema de Gérard de Nerval, que reza así: “He escrito mis primeros versos por entusiasmo de juventud; los segundos, por amor; los últimos, por desesperación.”
38 Sus primeras lecturas francesas: Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, Lautréamont, Reverdy, Gide. La lectura de este último le abre el camino para autorreconciliarse con su homosexualidad.
39 Descontento, rebeldía social, radicalismo antiburgués.
1932 Relación amorosa con Serafín F. Ferro, trasfondo de los poemas de “Donde habite el olvido”.
42 ... 1951 ... conoce a un joven culturista llamado Salvador, quien le inspirará la serie amorosa “Poemas para un Cuerpo”.
44 El 5 de noviembre de 1963: muere en México –repentinamente, al amanecer-, en el Comicilio de Concha Méndez, tres cruces 11 Coyoacan.
46 El uso de la segunda persona “tú” para dirigirse a sí mismo, la creación de un “alter ego”, como la figura de Albanio en los poemas en prosa de Ocnos, o el desplazamiento en figuras históricas o literarias en la poesía escrita en el destierro.
47 ... se formó poéticamente sobre una base romántica y luego viró hacia cierto impersonalismo algo rebuscado y una ironía proteccionista ...
se refugió en ... la contemplación de sí mismo en el espejo de otros,
y la ironía ... es ... aguda y menos tolerante con abstracciones y con las mentiras vitales que soportan.
Para Cernuda la poesía es un ejercicio ético y no una ocupación estética.
* 48 ... el comentario sobre la obra ajena actúa como un revelador de las ideas propias ...
56 ... en México encontró el amor que dio cumbre a la afanosa búsqueda del deseo a través de la poesía. Este amor es el tema de una serie de poemas aparte, "Poemas para un Cuerpo", que se incluyen en "Con las Horas contadas" y que forman la cumbre de la producción del poema - canción en la obra de Cernuda.
... una depuración e intensificación de la voz personal hacia un tono aún más coloquial ... en ... "Desolación de la Quimera"
58 .. el mundo renace nuevo diariamente...
... el sentimiento de residencia en un universo de maravillas diarias...
El mundo contemplado desde la ventana no es la realidad sino una proyección de la dimensión subjetiva del deseo.
59 La poesía parece ofrecer un refugio donde se sublimen los deseos frustrados.
62 ... el protagonista se encuentra sin casa, a veces aislado entre la muchedumbre, otras paseando ajeno por las calles desiertas, con las puertas cerradas contra él, encarcelado en su propio fracaso que le niega la comunicación con otras personas.
* ... el cine es un refugio para el hombre solitario donde encuentra sueños ya confeecionados para remendar sus propios sueños fracasados.
63 La cólera que se desploma contra los valores de la sociedad - honor, patriotismo, sacrificio, deber - por haber ocasinado el fracaso, revela que la realidad hostil al deseo, tan dolorosamente descubierta, ha sido la realidad social.
64 Cernuda llega a declarar de una manera exultante los placeres phohibidos de su homosexualidad.
... la vida es trivial y sin sentido...
65 ... objeto de deseo ...
* 66 En "Los Placeres Prohibidos" se declara que los valores personales son superiores a los del mundo donde reside, y la exhibición de estos valores, la homosexualidad sobre todo, se hace una afirmación de su propia realidad. Cernuda ha descubirto la verdad de sí mismo, la verdad del amor y del deseo, y lo que le importa ahora es la protección de aquella verdad. La rebelión radical de los placeres prohibidos es la negación de comprometer la identidad con la aceptación de las convenciones enemigas de la sociedad.
* 67 La experiencia del amor no ha traído ni la comunión con el mundo cósmico ni la justificación existencial.
69 ... el hombre de vidrio que se retira temeroso ante el contacto con la realidad.
Cuando el sueño choca contra la realidad busca retirarse a una situación donde florezca otra vez el deseo.
73 ... los dioses, aunque embriagados todavía por la belleza, se hallan cansados bajo el peso de la inmortalidad y buscan divertirse con las posturas bufonescas de los hombres.
75 ... el Dios cristiano no tanto el Creador del hombre sino más bien el Creador de los valores. Nota personal: Tengo la impresión que dichos valores han evolucionado de conformidad con la conveniencia de las élites, falta demostrarlo.
77 ... casas enjalbergadas... (nota personal: enjalbergar: blanquear las paredes)
80 La obra de arte es la inmortalidad creada por un hombre que, al crearla, también se crea a sí mismo y gana una inmortalidad personal que es otra versión del "acorde" trascendental.
82 ... la residencia del poeta entre la mezquindad de los hombres...
83 "Un contemporáneo" de "Vivir sin estar viviendo", personaje raro que sufrió un desconocimiento total durante su vida y para quien sólo se espera el olvido de la muerte.
La recompensa que recibe el poeta para esta alineación en el mundo del hombre es la inmortalidad personal conseguida a través del contacto con la belleza eterna.
... "mis sueños y deseos / tendrán razón al fin, y habré vivido" ...
84 Al poeta el demonio le sugiere lo vano de la poesía y de la pretensión de que a través de ella sea posible conseguir una comunión con la eternidad, y le reprocha el haber gastado su vida en el culto a la palabra. A la ilusión del hombre de que su voz haya de sonar después de su muerte el demonio contesta que no sirve para nada porque nadie escuchará lo que será sólo un sonido. La respuesta del hombre a esta cruel destrucción sistemática de sus ilusiones es de tanta importancia que merece citarse integramente:
Me hieres en el centro más profundo,
Pues conoces que el hombre no tolera
Estar vivo sin más: como en un juego trágico
Necesita apostar su vida en algo,
Algo de que alza un ídolo, aunque con barro sea,
Y antes que confesar su engaño quiere muerte.
Mi engaño era inocente, y a nadie arruinaba
Excepto a mí, aunque a veces yo mismo lo veía.
86 "Con las horas contadas", cuando en el amor tardío descubierto en México por fin se realiza el ideal tan largamente buscado.
* 87 "... el amor es lo eterno y no lo amado". El amor es otro camino hacia la eternidad, a la trascendencia mística,
88 ... la relación entre el poeta mismo y la experiencia del amor.
95 ... un sueño erótico que se sueña dentro de otro sueño soñado...
La poesía de Cernuda, tanto en verso como en prosa, documenta el proceso difícil y paulatiuno que conduce al descubrimiento de que lo que da validez a la vida no son los ideales que se buscan sino la experiencia conflictiva provocada por los sucesivos fracasos de aquellos ideales.
96 Con el poeta romántico que busca la trascendencias y lamenta el fracaso de no conseguirla coexiste el poeta que comenta y critica esta experiencia, utilizando la poesía para crear una distancia irónica frente a la experiencia.
... la definición de la poesía como "crítica de la vida", definición debida al crítico decimonónico inglés Matthew Arnold, y "La realidad y el deseo", con "Ocnos" y "Variaciones sobre Tema Mexicano" es la crítica de su vida, ofrecida al lector para que aprenda, en palabras del poeta mismo, a "ver en unidad el ser disperso".
* Como Cernuda admite en uno de sus últimos poemas "Peregrino" de Desolación de la Quimera, es un Ulises sin Ítaca, para quien, en el largo viaje existencia, no hay ni vuelta ni llegada posibles, sólo el viaje, y lo que se aprende al darse con fidelidad al camino.
103 A mon seul Désir
111 Existo, bien lo sé,
Porque le transparenta
El mundo a mis sentidos
Su amorosa presencia.
Mas no quiero estos muros,
Aire infiel a sí mismo,
Ni esas ramas que cantan
En el aire dormido.
Quiero como horizonte
Para mi muda gloria
Tus brazos, que ciñendo
Mi vida la deshojan.
123 ... Sueño y pienso que vivo.
158 Y mi vida es ahora un hombre melancólico
sin saber otra cosa que su llanto.
161 Vergonzoso cortejo de fantasmas
Con las cadenas rotas colgando de las manos. ...
Si mis ojos se cierran es para hallarte en sueños,
Detrás de la cabeza,
Detrás del mundo esclavizado,
En ese país perdido
Que un día abandonamos sin saberlo.
162 DRAMA O PUERTA CERRADA
La juventud sin escolta de nubes,
Los muros, voluntad de tempestades,
La lámpara, como abanico fuera o dentro,
Dicen con elocuencia aquello no ignorado,
Aquello que algún día débilmente
Ante la muerte misma se abandona.
Hueso aplastado por la piedra de sueños,
¿Qué hacer, desprovistos de salida,
Si no es sobre puente tendido por el rayo
Para unir dos mentiras,
Mentira de vivir o mentira de carne?
Sólo sabemos esculpir biografías
En músicas hostiles;
Sólo sabemos contar afirmaciones
O negaciones, cabellera de noche;
Sólo sabemos invocar como niños al frío
Por miedo de irnos solos a la sombra del tiempo.
166 ¿SON TODOS FELICES?
El honor de vivir con honor gloriosamente,
El patriotismo hacia la patria sin nombre,
El sacrificio, el deber de labios amarillos,
No valen un hierro devorando
Poco a poco algún cuerpo triste a causa de ellos mismos.
Abajo pues la virtud, el orden, la miseria;
Abajo todo, todo, excepto la derrota,
Derrota hasta los dientes, hasta ese espacio helado
De una cabeza abierta en dos a través de soledades,
Sabiendo nada más que vivir es estar a solas con la muerte.
Ni siquiera esperar ese pájaro con brazos de mujer,
Con voz de hombre oscurecida deliciosamente,
Porque un pájaro, aunque sea enamorado,
No merece agurdarle, como cualquier monarca
Aguarda que las torres maduren hasta frutos podridos.
Gritemos sólo,
Gritemos a un ala enteramente,
Para hundir tantos cielos,
Tocando entonces soledades con mano disecada.
167 NOCTURNO ENTRE LAS MUSARAÑAS
Cuerpo de piedra, cuerpo triste
Entre lanas con muros de universo,
Idéntico a las razas cuando cumplen años,
A los más inocentes edificios,
A las más pudorosas cataratas,
Blancas como la noche, en tanto la montaña
Despedaza formas enloquecidas,
Despedaza dolores como dedos,
Alegrías como uñas.
No saber dónde ir, dónde volver,
Buscando los vientos piadosos
Que destruyen las arrugas del mundo,
Que bendicen los deseos cortados a raíz
Antes de dar su flor,
Su flor grande como un niño.
Los labios quieren esa flor
Cuyo puño, besado por la noche,
Abre las puertas del olvido labio a labio.
173 Tu deseo es beber esas hojas lascivas
175 TELARAÑAS CUELGAN DE LA RAZÓN
Telarañas cuelgan de la razón
En un paisaje de ceniza absorta;
Ha pasado el huracán de amor,
Ya ningún pájaro queda.
Tampoco ninguna hoja,
Todas van lejos, como gotas de agua
De un mar cuando se seca,
Cuando no hay ya lágrimas bastantes,
Porque alguien, cruel como un día de sol en primavera,
Con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo.
Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia,
Aunque siempre nos falte alguno;
Recoger la vida vacía
Y caminar esperando que lentamente se llene,
Si es posible, otra vez, como antes,
De sueños desconocidos y deseos invisibles.
Tú nada sabes de ello,
Tú estás allá, cruel como el día;
El día, esa luz que abraza estrechamente un triste muro,
Un muro, ¿no comprendes?
Un muro frente al cual estoy solo.
178 NO DECÍA PALABRAS
No decía palabras,
Acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
Porque ignoraba que el deseo es una pregunta
Cuya respuesta no existe,
Una hoja cuya rama no existe,
Un munco cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
Remonta por las venas
Hasta abrirse en la piel,
Surtidores de sueño
Hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
Una mirada fugaz entre las sombras,
Bastan para que el cuerpo se abra en dos,
Ávido de recibir en sí mismo
Otro cuerpo que sueñe;
Mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza
Porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
179 ESTABA TENDIDO
Estaba tendido y tenía entre mis brazos un cuerpo como seda. Lo besé en los labios, porque el río pasaba por debajo. Entonces se burló de mi amor.
Sus espaldas parecían dos alas plegadas. Lo besé en las espaldas, porque el agua sonaba debajo de nosotros. Entonces lloró al sentir la quemadura de mis labios.
Era un cuerpo tan maravilloso que se desvaneció entre mis brazos. Besé su huella; mis lágrimas la borraron. Como el agua continuaba fluyendo, dejé caer en ella un puñal, un ala y una sombra.
De mi mismo cuerpo recorté otra sombra, que sólo me sigue a la mañana. Del puñal y el ala, nada sé.
179 SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
Como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban,
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
La verdad de sí mismo,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor o deseo,
Yo sería aquel que imaginaba;
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
Proclama ante los hombres la verdad ignorada,
La verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espríritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,
La única libertad porque muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
185 PASIÓN POR PASIÓN
Pasión por pasión. Amor por amor.
Estaba en una calle de ceniza, limitada por vastos edificios de arena. Allí encontré al placer. Le miré: en sus ojos vacíos había dos relojes pequeños; uno marchaba en sentido contrario al otro. En la comisura de los labios sostenía una flor mordida. Sobre los hombros llevaba una capa en jirones.
A su paso unas estrellas se apagaban, otras se encendían. Quise detenerle; mi brazo quedó inmóvil. Lloré, lloré tanto, que hubiera podido llenar sus órbitas vacías. Entonces amaneció.
Comprendí por qué llaman prudente a un hombre sin cabeza.
186 SENTADO SOBRE UN GOLFO DE SOMBRA
Sentado sobre un golfo de sombra vas siendo ya sombra tú todo. Sombra tu cabeza, sombra tu vientre, sombra tu vida misma.
En vano escuchas la canción del muchacho jovial. Es una canción impersonal, exactamente pudiera ser otra canción cualquiera, y ése es el motivo de que te sientas atraído por el canto y su cantor.
Cuida tu sombra; dentro de tiempo ni sombra serás. Cuida tu pecho y tus sueños, cuida tu cabeza, que ya es una nube y se pierde, como chal delicado, en la tempestad orquestada.
Sube a las cariátides fraudulentas; grita desde allí sobre la arcilla y la lana, Grita, grita, vuelve tus manos del revés. Luego podrás tenderte confiado bajo tu propia sombra.
El resto es el amor evangélico.
191 Como todo aquello que de cerca o de lejos
Me roza, me besa, me hiere,
Tu presencia está conmigo fuera y dentro,
Es mi vida misma y no es mi vida,
Así como una hoja y otra hoja
Son la apariencia del viento que las lleva.
194 HE VENIDO PARA VER
He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venico para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí
He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojo: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;
Los hombres de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.
202 Hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.
203 Soy eco de algo;
Lo estrechan mis brazos siendo aire,
Lo miran mis ojos siendo sombra,
Lo besan mis labios siendo sueño.
211 Mi arcángel
No solicito ya ese favor celeste, tu presencia;
Como incesante filo contra el pecho,
Como el recuerdo, como el llanto,
Como la vida misma vas conmigo.
Tú fluyes en mis venas, respiras en mis labios,
Te siento en mi dolor;
Bien vivo estás en mí, vives en mi amor mismo,
Aunque a veces
Pesa la luz, la soledad.
Vuelvo en el lecho, como niño sin nadie frente la muro,
Contra mi cuerpo creo,
Radiante enigma, el tuyo;
No ríes así ni hieres,
No marchas ni te dejas, pero estás conmigo.
Estás conmigo como están mis ojos en el mundo,
Dueños de todo por cualquier instante;
Mas igual que ellos, al hacer la sombra, luego vuelvo,
Mendigo a quien despojan de su misma pobreza,
Al yerto infierno de donde he surgido.
213 El inerme amor llorado entre las tumbas.
215 Bien tangible es la muerte;
Mentira, amor, placer no son la muerte.
La mentira no mata,
Aunque su filo clave como puñal alguno;
El amor no envenena,
Aunque como un escorpión deje los besos;
El placer no es naufragio,
Aunque vuelto fantasma ahuyente todo olvido.
216 Un triste río cuyo fluir se lleva
Las antiguias caricias,
El antiguo candor, la fe puesta en un cuerpo.
216 LOS FANTASMAS DEL DESEO a Bernabé Fernández - Canivell.
Yo no te conocía, tierra;
Con los ojos ciego bajo tu verde sonrisa,
Aunque, alentar juvenil, sintiera aveces
Un tumulto sediento de postrarse,
Como huracán henchido aquí en el pecho;
Ignorándote, tierra mía,
Ignorando tu alentar, huracán o tumulto,
Idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy
A quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir.
Bien sé ahora que tú eres
Quien me dicta esta forma y éste ansia;
Sé al fin que el mar esbelto,
La enamorada luz, los hombres sonrientes,
No son sino tú mismo;
Que los vivos, los muertos,
El placer y la pena,
La soledad, la amistad,
La miseria, el poderoso estúpido,
El hombre enamorado, el canalla,
Son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy;
Mis brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles,
Para llevar tu afán que nada satisface.
El amor no tiene esta o aquella forma,
No puede detenerse en criatura alguna;
Todas son por igual viles y soñadoras.
Placer que nunca muere,
Beso que nunca muere,
Sólo en ti misma encuentro, tierra mía.
Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos,
Rizosos, lánguidos como una primavera,
Sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos
Que tanto he amado inútilmente,
No es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra,
Con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.
Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes
Este mundo divino que ahorea es mío,
Mío como lo soy yo mismo,
Como lo fueran otros cuerpos que estrecharon mis brazos,
Como la arena, que al besarla los labios
Finge otros labios, dúctiles al deseo,
Hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos.
Como la arena, tierra,
Como la arena misma,
La caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.
Tú sola quedas con el deseo,
Con este deseo que aparenta ser mío y ni siqueiera es mío,
Sino el deseo de todos,
Malvados, inocentes,
Enamorados o canallas.
Tierra, tierra y deseo,
Una forma perdida.
221 A UN MUCHACHO ANDALUZ
Te hubiera dado el mundo,
Muchacho que surgiste
Al caer de la luz por tu Conquero,
Tras la colina ocre,
Entre pinos antiguos de perenne alegría.
¿Eras emanación del mar cercano?
Eras el mar aún más
Que las aguas henchidas con su aliento,
Encauzadas en río sobre tu tierra abierta,
Bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores.
Eras el mar aún más
Tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;
Eras forma primera,
Eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.
Y tus labios, de bisel tan terso,
Eran la vida misma,
Como una ardiente flor
Nutrida con la savia
De aquella piel oscura
Que infiltraba nocturno escalofrío.
Si el amor fuera un ala.
La incierta hora con nubes desgarradas,
El río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,
La rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,
Te enviaban a mí, a mi afán ya caído,
Como verdad tangible.
Expresión armoniosa de aquel mismo paraje,
entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo.
Eras tú una verdad,
Sola verdad que busco,
Más que verdad de amor, verdad de vida;
Y olvidando que sombra y pena acechan de continuo
Esa cúspide virgen de la luz y la dicha,
Quise por un momento fijar tu curso ineluctable
Creí en ti, muchachillo.
cuando el mar evidente,
Con el irrefutable sol de mediodía,
Suspendía mi cuerpo
En esa abdicación del hombre ante su dios,
Un resto de memoria
Levantaba tu imagen como recuerdo único.
Y entonces,
con sus luces el violento Atlántico,
Tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,
Estaban en mí mismo dichos en tu figura,
Divina ya para mi afán con ellos,
Porque nunca he querido dioses crucificados,
Tristes dioses que insultan
Esa tierra ardorosa que te hizo y deshace.
223 SOLILOQUIO DEL FARERO
Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en tí, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
Como quien busca amigos o ignorados amantes;
Diverso con el mundo,
Fui luz serena y anhelo desbocado,
Y en la lluvia sombría o en el sol evidente
Quería una verdad que a ti te traicionase,
Olvidando en mi afán
Cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
Con nubes sobre nubes de otoño desbordado
La luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
Te negué por bien poco;
Por menudos amores ni ciertos ni fungidos,
Por quietas amistades de sillón y de gesto,
Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
Por los viejos placeres prohibidos,
Como los permitidos nauseabundos,
Útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
Que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todos ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como al ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
Oigo sus oscuras imprecaciones,
Contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira adviertiendo a los hombres
Porque quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres.
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y su deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?
Por tí, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora.
225 EL VIENTO DE SEPTIEMBRE ENTRE LOS CHOPOS
Por este clima lúcido,
Furor estival muerto,
Mi vano afán persigue
Un algo entre los bosques.
Un no sé qué, una sombra,
Cuerpo de mi deseo,
Arbórea dicha acaso
Junto a un río tranquilo.
Pero escucho; resuena
Por el aire delgado,
Estelar melodía,
Un eco entre los chopos.
Oigo caricias leves,
Oigo besos más leves:
Por allá baten alas,
Por allá van secretos.
No, vosotros no sois,
Arroyos taciturnos,
Frágiles amoríos
Como de sombra humana.
No, clara juventud,
No juguéis mi destino;
No busco vuestra gracia
Ni esa breve sonrisa.
Corre allí, entre las cañas,
Susurrante armonía;
Canta una voz, cantando
Como yo mismo, lejos.
Hundo mi cabellera,
Busco labios, miradas,
Tras las inquietas hojas
De estos cuerpos esbeltos.
Ávido aspiro sombra;
Oigo un afán tan mío.
Canta, deseo, canta
La canción de mi dicha.
Altas sombras mortales:
Vida, afán, canto, os dejo.
Quiero anegar mi espíritu
Hecho gloria amarilla.
* 230 Tropiezan nuestros dientes en elástica carne de la dicha.
LA GLORIA DEL POETA
Demonio hermano mío, mi semajente,
Te vi palidecer, colgado como la luna matinal,
Oculto en una nube por el cielo,
Entre las horribles montañas,
Una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora,
Blasfemando lleno de dicha ignorante,
Igual que un niño cuanto entona su plegaria,
Y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la tierra.
Mas no eres tú,
Amor mío hecho eternidad,
Quien deba reír de este sueño, de esta impotencia, de esta caída,
Porque somos chispas de un mismo fuego
Y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
De una extraña creación, donde * los hombres
Se acaban como un fósforo al trepar los fatigosos años de sus vidas.
Tu carne como la mía
Desea tras el agua y el sol el roce de la sombra;
Nuestra palabra anhela
El muchacho semejante a una rama florida
Que pliega la gracia de su aroma y color en el aire cálido de mayo;
Nuestros ojos el mar monótono y diverso,
Poblado por el grito de las aves grises en la tormenta,
Nuestra mano hermosos versos que arrojar al desden de los hombres.
Los hombres tú los conoces, hermano mío;
Mirales cómo enderezan su invisible corona
Mientras se borran en la sombra con sus mujeres al brazo,
Carga de suficiencia inconsciente,
Llevando a comedida distancia del pecho,
Como sacerdotes catolicos la forma de su triste dios,
* Los hijos conseguidos en unos minutos que se hurtaron al sueño
Para dedicarlos a la cohabitación, en la densa tiniebla conyugal
De sus cubiles, escalonados los unos sobre los otros.
Mírales perdidos en la naturaleza,
Cómo enferman entre los graciosos castaños o los taciturnos plátanos.
Cómo levantan con avaricia el mentón,
Sintiendo un miedo oscuro morderles los talones;
Mira cómo desertan de su trabajo el séptimo día autorizado,
Mientras la caja, el mostrador, la clínica, el bufete, el despacho oficial
Dejan pasar el aire con callado rumor por su ámbito solitario.
Escúchales brotar interminables palabras
Aromatizadas de facilidad violenta,
Reclamando un abrigo para el niñito encadenado bajo el sol divino
O una bebida tibia, que resguarde aterciopeladamente
El clima de sus fauces,
A quienes dañaría la excesiva frialdad del agua natural.
Oye sus marmóreos preceptos
Sobre lo útil, lo normal y lo hermoso;
Óyeles dictar la ley al mundo, acotar el amor, dar canon a la belleza inexpresable,
Mientras deleitan sus sentidos con altavoces delirantes;
Contempla sus extraños cerebros
Intentando levantar, hijo a hijo, un complicado edificio de arena
Que negase con torva frente lívida la refulgente paz de las estrellas.
Ésos son, hermano mío
Los seres con quienes muero a solas,
Fantasmas que harán brotar un día
El solemne erudito, oráculo de estas palabras mías ante alumnos extraños,
Obteniendo por ello renombre,
Más una pequeña casa de campo en la angustiosa sierra inmediata a la capital;
En tanto tú, tras irisada niebla,
Acaricias los rizos de tu cabellera
Y contemplas con gesto distraído desde la altura
Esta sucia tierra donde el poeta se ahoga.
Sabes sin embargo que mi voz es la tuya,
Que mi amor es el tuyo;
Deja, oh, deja por una larga noche
Resbalar tu cálido curpo oscuro,
Ligero como un látigo,
Bajo el mío, momia de hastío sepulta en anónima yacija,
Y que tus besos, ese venero inagotable,
Viertan en mí la fiebre de una pasión a muerte entre los dos;
Porque me cansa la vana tarea de las palabras,
Como al niño las dulces piedrecillas
Que arroja a un lago, para ver estremecerse su calma
Con el reflejo de una gran ala misteriosa.
Es hora ya, es más que tiempo
De que tus manos cedan a mi vida
El amargo puñal codiciado del poeta;
De que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
En este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd,
Donde la muerte únicamente,
La muerte únicamente,
Puede hacer resonar la melodía prometida.
234 DAN MA PÉNICHE
Quiero vivir cuando el amor muere;
Muere, muere pronto, amor mío.
Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo,
Aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño,
Aunque grite:
"Vivir así es cosa de muerte".
Pobres amantes,
Clamáis a fuerza de ser jóvenes;
Sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida.
Caiga su frente cansadamente entre las manos
Junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro;
Pero en vosotros aún va fresco y fragante
El leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente.
Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria,
Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre,
Ante vuestros ojos, amantes,
Cuando el amor muere,
La vida de la tierra y la vida del mar palicecen juntamente,
El amor, cuna adorable para los deseos exaltados,
Los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo
El rasguar de una guitarra en el ocio marino
Y la luz del alcohol, aleonada como una cabellera;
Vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares;
Todo queda afanoso y callado.
Así suele quedar el pecho de los hombres
Cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada,
Y tras su delicia interrumpida
Un afán insistente puebla el nuevo silencio.
Pobres amantes,
¿De qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis?
Cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala?
Los atardeceres de manos furtivas,
El trémulo palpitar, los labios que suspiran,
La adoración rendida a un leve sexo vanidoso,
Los ay mi vida y los ay muerte mía,
Todo, todo,
Amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.
Oh amantes,
Encadenados entre los manzanos del edén,
Cuando el amor muere,
Vuestra crueldad, vuestra piedad pierde su presa,
Y vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
Vuestro pecho queda como roca sin ave,
Y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,
Fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,
Dejando allí caer, ignorantes como niños,
La libertad, la perla de los días.
Pero tú y yo sabemos,
Río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,
Que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros por las encantadoras mallas del amor,
Cuando el deseo es como una cálida azucena
Que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fulja a nuestro lado,
Cuánto vale una noche como ésta, indecisa entre la primavera última y el estío primero,
Este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque nocturno,
Conforme conmigo mismo y con la indiferencia de los otros,
Solo yo con mi vida,
Con mi parte en el mundo.
* Jóvenes sátiros
Que vivís en la selva, labios risueños ante el exangüe dios cristiano,
A quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía,
Pies de jóvenes sátiros,
Danzad más presto cuando el amante llora,
Mientras lanza su tierna endecha
De: "Ah, cuando el amor muere".
Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido;
Vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla,
Y el deseo girará locamente en pos de los hermosos cuerpos
Que vivifican el mundo un solo instante.
236 EL JOVEN MARINO
El mar, y nada más.
Insaciable, insaciable.
Con pie desduno ibas sobre la olvidadiza arena,
Dulcemente trastornado, como el hombre cuando un placer espera,
Tu cabello seguía la invocación frenética del viento
Todo tú vuelto apasionado albatros,
A quien su trágico desear brotaba en alas,
Al único maestro respondías:
El mar, única criatura
Que pudiera asumir tu vida poseyéndote.
Tuyo sólo en los ojos no te bastaba,
Ni en el ligero abrazo del nadador indiferente;
Lo querías aún más:
Sus infalibles labios transparentes contra los tuyos ávidos.
Tu quebrada cintura contra el argénteo escudo de su vientre,
Y la vida escapando,
Como sangre sin cárcel,
Desde el fatal olvido en que caías.
Ahí estás ya.
No puedes recordar,
Porque ahora tú mismo eres quieto recuerdo;
Y aquella remota belleza,
En tu cuerpo cifrada como feliz columna,
Hoy sólo alienta en mí,
En mí que la revivo bajo esta oscura forma,
Que cuando tú vivías
Sobre un ara invisible te adivinaba erguido.
No te bastaba
El sol de lengua ardiente sobre el negro diamante de tu piel,
A lo largo de tantas lentas mañanas, ganadas en ocio celeste,
Llenas de un áuro polen, igual que la corola de alguna flor feliz,
De reposo divino, divina indiferencia;
Caído el cuerpo flexible y seguro, como un arma mortal,
Ante la gran criatura enigmática, el mar inexpresable,
Sin deseo ni pena, igual a un dios,
Que sin embargo hubiera conocido, a semejanza del hombre,
Nuestros deseos estériles, nuestras penas perdidas.
Mira también hacia lo lejos
Aquellas oscuras tardes, cuando severas nubes,
Denso enjambre de negras alas,
Silencio y zozobra vertían sobre el mar;
Y en tanto las gaviotas encarnaban la angustia del aire invadido por la tormenta,
Recuérdale agidado, al mar, sacudiendo su entraña,
Como demente que quisiera arrancar en la luz
El núcleo secreto de su mal,
Torciendo en olas su pálido cuerpo,
Su inagotable cuerpo dolido,
Trastornando ante tu amor, también inagotable,
Sin que pudieras llevar sobre su frente atormentada
La concha protectora de una mano.
Las gracias vagabundas de abril
Abrieron sus menudas hojas sobre la arena perezosa.
Una juventud nueva corría por las venas de los hombres invernales;
Escapaban timideces, escalosfríos, pudores
Ante el puñal radiante del deseo,
* Palabra ensordecedora para la criatura dolida en cuerpo y espíritu
Por las terribles mordeduras del amor,
Porque el deseo se yergue sobre los despojos de la tormenta
Cuando arde el sol en las playas del mundo.
Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?
Es ésta solamente quien clava mi memoria,
Porque en ella te vi cruzar, sombrío como una negra aurora,
Arrastrando las alas de tu hermosura
* Sobre su dilatada curva, semejante a una pomposa rama
Abierta bajo la luz,
Con su armadura de altas rocas
Caída hacia las dunas de adelfas y de plamas,
En lánguido paraje del perezoso sur.
Aún ven mis ojos las salinas de sonrosadas aguas,
Los leves molinos de viento.
Y aquellos menudos cuerpos oscuros,
Parsimoniosamente movibles,
Junto a los bueyes fulvos,
Transportando los lunáticos bloques de sal
Sobre las vagonetas, tristes como todo lo que pertenece a los trabajos de la tierra,
Hasta las anchas barcas resbaladizas sobre el pecho del mar.
Quién podría vivir en la tierra
Si no fuera por el mar.
Cuántas veces te vi,
* Acariciados los ligeros tobillos por el ancho círculo de tu pantalón marino,
El pecho y los hombros dilatados sobre la armoniosa cintura,
Cubierto voluptuosamente de lana azul como de yedra.
El desdén desculpido sobre los duros labios.
Anegarte frente al mar en una contemplación
Más honda que la del hombre frente al cuerpo que ama.
Cambiantes sentimientos nos enlazan con este o aquel cuerpo,
Y todos ellos no son sino sombras que velan
La forrma suprema del amor, que por sí mismo late,
Ciego ante las mudanzas de los cuerpos,
Iluminado por el ardor de su propia llama invencible.
Yo te adoraba como cifra de todo cuerpo bello,
Sin velos que mudaran la recóndita imagen del amor,
Más que al mismo amor, más, ¿me oyes?
Insaciable como tú mismo,
Inagotable como tú mismo;
Aun sabiendo que el mar era el único ser de la creación digno de ti
Y tu cuerpo el único digno de su inhumana soberbia.
Era el atardecer. Las aves del día
Huyeron ante el furtivo pensamiento de la sombra.
Los hombres descansaban en sus cabañas,
Entre la mujer y los hijos,
Desnudos los pies bajo la luz funeral del acetileno,
Acechando el sueño en sus yacijas junto al mar,
como si no pudieran dormir lejos de los que les hace vivir
Y de lo que les hace morir.
Un gran silencio, una gran calma
Daba con su presencia el mar,
Pero también latía por el aire adormecido y fresco del letal anochecer.
Un miedo oscuro
A no se sabe qué pálidos gigantes,
Dueños de grisáceas serpientes y negros hipocampos,
Abriendo las sombrías aguas,
En lucha sus miembros retorcidos con rebeldes potencias animales del abismo.
Las barcas, como leves espectros,
Surgían lentamente desde la arena soñolienta,
Voluptuosos cuerpos tibios,
* Con la gracia del animal que sabe volver los ojos implorantes
Hacia las manos de su dueño, dispensadoras de protección y de caricias,
Y piensa tristemente que se alejan sin poder retenerlas.
No a estas horas,
No a estas horas de tregua cobarde,
Al amacecer es cuando debías ir hacia el mar, joven marino,
Desnudo como una flor;
Y entonces cuando debías amarle, cuando el mar debía poseerte,
Cuerpo a cuerpo,
Hasta confundir su vida con la tuya
Y despertar en ti su inmenso amor
* El breve espasmo de tu placer sometido,
Desposados el uno con el otro,
Vida con vida, muerte con muerte.
Y una vez, como rosa dejada,
Flotó tu cuerpo, apenas deformado por las nupciales caricias del mar,
Mas pálidos los labios, lo mismo que si hubieran dado paso
A toda su pasión, * el ave de la vida;
Igualmente hermoso así, joven marino,
Desgarradoramente triste con tu belleza inhabitada,
Como cuando tornasolaba la vida tus miembros melodiosos.
Cambian las vidas, pero la muerte es única.
Aún oigo aquella voz exangüe, que en su vago delirio
Llegó hasta mí, a través de las velas caídas en la arena, como alas arrancadas;
Alguien que conocía tu ausencia, porque sus ojos te vieron muerto, tal una rosa abandonada sobre el mar,
Decía lentamente: "Era más ligero que el agua".
Qué desiertos los hombres,
Cómo chocan sin verse unos a otros sus frentes de vergüenza,
Y cuán dulce será rodar, igual que tú, del otro lado, en el olvido.
Así tu muerte despierta en mí el deseo de la muerte,
Como tu vida despertaba en mí el deseo de la vida.
251 Y el azote sagrado
de luchas fraticidas;
253 A lo que siendo efimero se sueña como eterno.
254 A UN POETA MUERTO (F.G.L.)
Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te matarón, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.
Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.
Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.
La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpo
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.
Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de su vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.
Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efimeros pasar juntos al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento
Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
* Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.
Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
el odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible de su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.
Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.
Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde el viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.
Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque esta ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.
258 ELEGÍA ESPAÑOLA
Dime, háblame
Tú, esencia misteriosa
De nuestra raza
Tras de tantos siglos,
Hálito creador
De los hombres hoy vivos,
A quienes veo por el odio impulsados
Hasta ofrecer sus almas
A la muerte, la patria más profunda.
Cuando la primavera vieja
Vuelva a tejer su encanto
Sobre tu cuerpo inmenso,
¿Cual ave hallará nido
Y qué savia una rama
Donde brotar con verde impulso?
¿Qué rayo de la luz alegre,
Qué nube sobre el campo solitario,
Hallarán agua, cristal de hogar en calma
Donde reflejen su irisado juego?
Háblame, madre;
Y al llamarte así, digo
Que ninguna mujer lo fue de nadie
Como tú lo eres mía.
Háblame, dime
Una sola palabra en estos días lentos,
En los días informes
Que frente a ti se esgrimen
Como cuchillo amargo
Entre las manos de tus propios hijos.
No te alejes así, ensimismada
Bajo los largos velos cenicientos
Que nos niegan tus anchos ojos bellos.
Esas flores caídas,
Pétalos rotos entre sangre y lodo,
En tus manos estaban luciendo eternamente
Desde siglos atrás, cuando mi vida
Era un sueño en la mente de los dioses.
Eres tú, son tus ojos lo que busca
Quien te llama luchando con la muerte,
A ti, remota y enigmática
Madre de tantas almas idas
Que te legaron, con un fulgor de piedra clara,
Su afán de eternidad cifrado en hermosura.
Pero no eres tan sólo
Dueña de afanes muertos;
Tierna, amorosa has sido con nuestro afán viviente,
Compasiva con nuestra desdicha de efimeros.
¿Supiste acaso si de ti éramos dignos?
Contempla ahora a través de las lágrimas:
Mira cuántos traidores,
Mira cuántos cobardes
Lejos de ti en fuga vergonzosa,
Renegando tu nombre y tu regazo,
Cuando a tus pies, mientras la larga espera,
Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada,
Tus hijos sienten oscuramente
La recompensa de estas horas fatídicas.
No se sabe qué es la vida
Quien jamás alentó bajo la guerra.
Ella sobre nosotros sus alas densas cierne,
Y oigo su silbo helado,
Y veo los muertos bruscos
Caer sobre la hierba calcinada,
Mientras el cuerpo mío
Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.
No sé qué tiembla y muere en mí
Al verte así dolida y solitaria,
En ruinas los claros dones
De tus hijos, a través de los siglos;
Porque mucho he amado tu pasado,
Resplandor victorioso entre sombra y olvido.
Tu pasado eres tú
Y al mismo tiempo eres
La aurora que aún no alumbra nuestros campos.
Tú sola sobrevives
Aunque venga la muerte
Sólo en ti está la fuerza
De hacernos esperar a ciegas el futuro.
Que por encima de estos y esos muertos
Y encima de estos y esos vivos que combaten,
Algo advierte que tú sufres con todos.
Y su odio, su crueldad, su lucha,
Ante ti vanos son, como sus vidas,
Porque tú eres eterna
Y sólo los creaste
Para la paz y glora de su estirpe.
265 Todo es verdad, menos el odio, yerto
Como ese gris celaje
Pasado vanamente sobre el oro,
Hecho sombra iracunda.
267 Vieron mientras vivían morirse la esperanza,
Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,
A hermanos irrisorios que jamás escucharon.
268 ¿Quién podrá al pensamiento separarlo del sueño?
Sabedlo bien vosotros, los que envidiéis mañana
En la calma este soplo de muerte que nos lleva
Pisando entre ruinas un fango con rocío de sangre.
* 270 Tus pueblos han ardido y tus campos
Infecundos dan cosecha de hambre;
274 ... aquel gran negocio demoníaco de la guerra.
275 Estoy en la ciudad alzada para su orgullo por el rico,
Adonde la miseria oculta canta por las esquinas.
... La revolución renace siempre, como un fénix
Llameante en el pecho de los desdichados.
Esto lo sabe el charlatán bajo los árboles
De las plazas, y su baba argentina, su cascabel sonoro,
Silvando entre las hojas, encanta al pueblo
Robusto y engañado con maligna elocuencia,
Y canciones de sangre acunan su miseria.
276 Mas otros le conjuran con un hijo
Ofrecido en los brazos como víctima,
Porque de nueva vida se mantiene su vida
Como el agua del agua llorada por los hombres.
279 Pero los pueblos mueren y sus templos perecen,
Vacíos con el tiempo el cielo y el infierno
Igual que las ruinas. Vinieron nuevos dioses
A poblar el afán temeroso del hombre,
287 Todo tiene su precio. Yo he pagado
El mío por aquella antigua gracia;
Y así despierto, hallando tras mi sueño
Un lecho solo, afuera yerta el alba.
289 EL AMOR Y EL AMANTE
¿Eres amor? Pasa el fuego,
Cruza con alas el mar,
Despierta a la vida el sueño,
Da hermosura a lo real.
¿Eres tan sólo la sombra?
Cubre con su resplandor
Tu mentira. Haz que la sombra
Venza al fuerte, al puro amor.
295 CEMENTERIO EN LA CIUDAD
Tras de la reja abierta entre los muros,
La tierra negra sin árboles ni hierba,
Con bancos de madera donde allá a la tarde
Se sientan silenciosos unos viejos.
En torno están las casas, cerca hay tiendas,
Calles por las que juegan niños, y los trenes
Pasan al lado de las tumbas. Es un barrio pobre.
Como remiendos de las fachadas grises,
Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
borradas están ya las inscripciones
De las losas con muertos de dos siglos,
Sin amigos que les olviden, muertos
Clandestinos. Mas cuando el sol despierta,
Porque el sol brilla algunos días hacia junio,
En lo hondo algo deben sentir los huesos viejos.
Ni una hoja ni un pájaro. La piedra nada más. La tierra.
¿Es el infierno así? Hay dolor sin olvido,
Con ruido y miseria, frío largo y sin esperanza.
aquí no existe el sueño silencioso
De la muerte, que todavía la vida
Se agita entre estas tumbas, como una prostituta.
Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.
Cuando la sombra cae desde el cielo nublado
Y el humo de las fábricas se aquieta
En polvo gris, vienen de la taberna voces,
Y luego un tren que pasa
agita largos ecos como bronce iracundo.
No es el juicio aún, muertos anónimos.
Sosegaos, dormid; dormid si es que podéis.
Acaso Dios también se olvida de vosotros.
298 LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS
I VIGILIA
Melchor
La soledad. La noche. La terraza.
La luna silenciosa en las columnas.
Junto al vino y las frutas, mi cansancio.
Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha,
Perdido su sabor, después amarga,
Y hoy sólo encuentro en los demás mentira,
Aquí en mi pecho aburrimiento y miedo.
Si la leyenda mágica se hiciera
Realidad algún día.
La profética
Estrella, que naciendo de las sombras
Pura y clara, trazara sobre el cielo,
Tal sobre faz etíope una lágrima,
La estela misteriosa de los dioses
Ha de encarnarse la verdad divina
donde oriente esa luz.
¿Será la magia,
Ida la juventud con su deseo,
Posible todavía? Si yo pienso
Aquí, bajo los ojos de la noche,
No es menor maravilla; si yo vivo,
Bien puede un Dios vivir sobre nosotros.
Mas nunca nos consuela un pensamiento,
Sino la gracia muda de las cosas.
Qué dulce está la noche. Cuando el aire
A la terraza trae desde lejos
Un aroma de nardo y, como un eco,
El son adormecido de las aguas,
Siento animarse en mí la forma vaga
De la edad juvenil con su dulzura.
Así al tiempo sinfondo arroja el hombre
Consuelos ilusorios, penas ciertas,
Y así alienta el deseo. Un cuerpo solo,
arrullando su miedo y su esperanza,
Desde la sombra pasa hacia la sombra.
Mas tengo sed. Lágrimas de la viña,
Frescas al labio con frescor ardiente,
Tal si un rayo de sol atravesara
La neblina. Delicia de los frutos
De piel tersa y oscura, como un cuerpo
Ofrecido en la rama del deseo.
Señor, danos la paz de las vidas cumplidas.
Ser tal la flor que nace y luego abierta
Respira en paz, cantando bajo el cielo
con luz de sol, aunque la muerte exista:
La cima ha de anegarse en la ladera.
Demonio
Gloria a Dios en las alturas del cielo,
Tierra sobre los hombres en su infierno.
Melchor
Sin que su abismo lo profane el alba,
Pálida está la noche. Y esa estrella
Más pura que los rayos matinales,
Al dar su luz palpita como sangre
Manando alegremente de la herida.
¡Pronto, Eleazar, aquí!
Hombres que duermen
Y de un sueño de siglos Dios despierta.
Que enciendan las hogueras en los montes,
Llevando el fuego rápido la nueva
A las lindes de reinos tributarios.
Al alba he de partir. Y que la muerte
No me ciegue, mi Dios, sin contemplarte.
II LOS REYES
Baltasar
Como pastores nómadas, cuando hiere la espada del invierno,
Tras una estrella incierta vamos, atravesando de la noche los desiertos,
Acampados de día junto al muro de alguna ciudad muerta,
Donde aúllan chacales: mientras, abandonada nuestra tierra,
Sale su cetro a plaza, para ambiciosos o charlatanes que aún exploten
El viejo afán humano de atropellar la ley, el orden.
Buscamos la verdad, aunque verdades en abstracto son cosa innecesaria,
Lujo de soñadores, cuando bastan menudas verdades acordadas.
Mala cosa es tener el corazón henchido hasta dar voces, clamar por la verdad, por la justicia.
No se hizo el profeta para el mundo, sino el dúctil sofista
Que toma el mundo como va: guerras, esclavitudes, cárceles y verdugos
Son cosas naturales, y la verdad es sueño, menos que sueño, humo.
Gaspar
Amo el jardín, cuando abren las flores serenas del otoño,
El rumor de los árboles, cuya cima dora la luz toda reposo,
Mientras por la avenida el agua esbelta baila sobre el mármol
Y a lo lejos se escucha, entre el aire más denso, un pájaro.
Cuando la noche llega, y desde el río un viento frío corre
Sobre la piel desnuda, llama la casa al hombre,
Hecha voz tibia, entreabiertos sus muros como una concha oscura,
Con la perla del fuego, donde sueño y deseo juntan sus luces puras.
Un cuerpo virgen junto al lecho aguarda desnudo, temeroso,
* Los brazos del amante, cuando a la madrugada penetra y duele el gozo.
Esto es la vida. ¿Qué importan la verdad o el poder junto a esto?
Vivo estoy. Dejadme así pasar el tiempo en embeleso.
Melchor
No hay poder sino en Dios, en Dios sólo perdura la delicia;
El mar fuerte es su brazo, la luz alegre su sonrisa.
Dejad que el ambicioso con sus torres alzadas oscurezca la tierra;
Pasto serán del huracán, con polvo y sombra confundiéndolas.
Dejad que el lujurioso bese y muerda, espasmo tras espasmo;
Allá en lo hondo siente la indiferencia virgen de los huesos castrados.
¿Por qué os doléis, oh reyes, del poder y la dicha que atrás quedan?
Aunque mi vida es vieja no vive en el pasado, sino espera;
Espera los momentos más dulces, cuando al alma regale
La gracia, y el cuerpo sea al fin risueño, hermoso e ignorante.
Abandonad el oro y los perfumes, que el oro pesa y los aromas aniquilan.
Adonde brilla desnuda la verdad nada se necesita.
Baltasar
Antífona elocuente, retórica profética de raza a quien escapa con el poder la vida.
Pero mi pueblo es joven, es fuerte, y difertente del tuyo israelita.
Gaspar
Si el beso y si la rosa codicio, indiferente hacia los dioses todos,
Es porque beso y rosa pasan. Son más dulces los efímeros gozos.
Melchor
Locos enamorados de las sombras. ¿Olvidáis, tributarios
como son vuestros reinos del mío, que aún puedo sujetaros
A seguir entre siervos descalzos el rumbo de mi estrella?
¿Qué es soberbia o lujuria ante el miedo, el gran pecado, la fuerza de la tierra?
Baltazar
Con tu verdad pudiera, si la hallaramos, alzar un gran imperio.
Gaspar
Tal vez esa verdad, como una primavera, abra rojos deseos.
III PALINODIA DE LA ESPERANZA DIVINA
Era aquel que cruzábamos, camino
Abandonado entre arenales,
Con una higuera seca, un pozo, y el asilo
De una choza desierta bajo el frío.
Lejos, subiendo entre unos riscos,
Iba el pastor junto a sus flacas cabras negras.
Cuando tras de la noche larga la luz vino,
Irisando la escarcha sobre nuestros vestidos,
Faltas de convicción las cosas escaparon
Como en un sueño interrumpido.
Padecíamos hambre, gran fatiga.
Al lado de la choza hallamos una viña
Donde un racimo quedaba todavía,
Seco, que ni los pájaros lo habían
Querido. Nosotros lo tomamos:
De polvo y agrio vino el paladar teñía.
era bueno el descanso, pero
En quietud la indiferencia del paisaje aísla,
Y añoramos la marcha, la fiebre de la ida.
Vimos la estrella hacia lo alto
que estaba inmóvil, pálida como el agua
En la irrupción del día, una respuesta dando
Con su brillo tardío del milagro
sobre la choza. Los muros sin cobijo
Y el dintel roto se abrían hacia el campo,
Desvalidos. Nuestro fervor helado
Se volvió como el viento de aquel páramo.
Dimos el alto. Todos descabalgaron.
Al entrar en la choza, refugiados
Una mujer y un viejo sólo hallamos.
Pero alguien más había en la cabaña:
Un niño entre sus brazos la mujer guardaba.
Esperamos un dios, una presencia
Radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia.
Y cuya privación idéntica a la noche
Del amante celoso sin la amada.
Hallabamos una vida como la nuestra humana,
Gritando lastimosa, con ojos que miraban
Dolientes, bajo el peso de su alma
Sometida al destino de las almas,
Cosecha que la muerte ha de segarla.
Nuestros dones, aromas delicados y metales puros,
Dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda rica
Pudiera hacer al dios. Pero ninguno
De nosostros su fe viva mantuvo,
Y la verdad buscada sin valor quedó toda,
el mundo pobre fue, enfermo, oscuro.
añoramos nuestra corte pomposa, las luchas y las guerras,
O las salas templadas, los baños, la sedosa
Carne propicia de cuerpos aún no adultos,
O el reposo del tiempo en el jardín nocturno,
Y quisimos ser hombres sin adorar a dios alguno.
IV SOBRE EL TIEMPO PASADO
Mira cómo la luz amarilla de la tarde
se tiende con abrazo largo sobre la tierra
De la ladera, dorando el gris de los olivos
Otoñales, ya henchidos por los frutos maduros;
Mira allá las marismas de niebla luminosa.
Aquí año tras año, nuestra vida transcurre,
Llevando los rebaños de día por el llano,
Junto al herboso cause del agua enfebrecida;
De noche hacia el abrigo del redil y la choza.
Nunca vienen los hombres por estas soledades,
Y apenas si una vez les vemos en el zoco
Del mercado vecino, cuando abre la semana.
Esta paz es bien dulce. Callada va la alondra
Al gozar de sus alas entre los aires claros.
Mas la paz, que a las cosas en ocio santifica,
Aviva para el hombre cosecha de recuerdos.
Tiempo atrás, siendo joven, divisé una mañana
Cruzar por la llanura un extraño cortejo:
Jinetes en camellos, cubiertos de ropajes
Cenicientos, que daban un destello de oro.
Venían de los montes, pasados los desiertos,
De los reinos que lindan con el mar y las nieves,
Por eso era su marcha cansada sobre el polvo
Y en sus ojos dormía una pregunta triste.
Eran reyes que el ocio y poder enloquecieron,
En la noche siguiendo el rumbo de una estrella,
Heraldo de otro reino más rico que los suyos.
Pero vieron la estrella pararse en este llano,
Sobre la choza vieja, albergue de pastores.
Entonces fue refugio dulce entre los caminos
De una mujer y un hombre sin hogar ni dineros:
Un hijo blanco y débil les dio la madrugada.
El grito de las bestias acampando en el llano
Resonó con las voces en extraños idiomas,
Y al entrar en la choza descubrieron los reyes
La miseria del hombre, de que antes no sabían.
Luego, como quien huye, el regreso emprendieron.
También los caminantes pasaron a otras tierras
Con su niño en los brazos. Nada supe de ellos
soles y lunas hubo. Joven fui. Viejo soy.
Gentes en el mercado hablaron de los reyes:
Uno muerto al regreso, de su tierra distante;
Otro, perdido el trono, esclavo fue, o mendigo;
Otro a solas viviendo, presa de la tristeza.
Buscaban un dios nuevo, y dicen que le hallaron.
Yo apenas vi a los hombres; jamás he visto dioses.
¿Cómo ha de ver los dioses un pastor ignorante?
Mira el sol desangrado que se pone a lo lejos.
V EPITAFIO
La delicia, el poder, el pensamiento
Aquí descansan. Ya la fiebre es ida.
Buscaron la verdad, pero al hallarla
No creyeron en ella.
Ahora la muerte acuna sus deseos,
Saciándolos al fin. No compadezcas
Su sino, más feliz que el de los dioses
Sempiternos, arriba.
313 EL RUISEÑOR SOBRE LA PIEDRA
Lirio sereno en piedra erguido
Junto al huerto monástico pareces.
Ruiseñor claro entre los pinos
Que un canto silencioso levantara.
O fruto de granada, recio afuera,
Mas propicio y jugoso en lo escondido.
Así Escorial, te mira mi recuerdo.
Si hacia los cielos anchos te alzas duro,
Sobre el agua serena del estanque
Hecho gracia sonríes. Y las nubes
Coronan tus designios inmortales.
Recuerdo bien el sur donde el olivo crece
Junto al mar claro y el cortijo blanco,
Mas hoy va mi recuerdo más arriba, a la sierra
Gris bajo el cielo azul, cubierta de pinares,
Y allí encuentra regazo, alma con alma.
Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra.
¿Qué saben de ella quienes la gobiernan?
¿Quienes obtienen de ella
Fácil vivir con un social renombre?
De ella también somos los hijos
Oscuros. Como el mar, no mira
Qué aguas son las que van perdidas a sus aguas,
Y el cuerpo, que es de tierra, clama por su tierra.
Porque me he perdido
En el tiempo lo mismo que en la vida,
Sin cosa propia, fe ni gloria,
Entre gentes ajenas
Y sobre ajeno suelo
Cuyo polvo no es el de mi cuerpo;
No con el pensamiento vuelto a lo pasado,
Ni con la fiebre ilusa del futuro,
Sino con el sosiego casi triste
De quien mira a lo lejos, de camino,
Las tapias que de niño le guardaran
Dorarse al sol caído de la tarde,
A ti, Escorial, me vuelvo.
Hay quienes aman los cuerpos
Y aquellos que las almas aman.
Hay también los enamorados de las sombras
Como poder y gloria. O quienes aman
Sólo a sí mismos. Yo también he amado
En otro tiempo alguna de esas cosas,
Mas después me sentí a solas con mi tierra,
Y la amé, porque algo debe amarse
Mientras dura la vida. Pero en la vida todo
Huye cuando el amor quiere fijarlo.
Así también mi tierra la he perdido,
Y si hoy hablo de ti es buscando recuerdos
En el trágico ocio del poeta.
Tus muros no los veo
Con estos ojos míos,
Ni mis manos los tocan.
Están aquí, dentro de mí, tan claros,
Que con su luz borran la sombra
Nórdica donde estoy, y me devuelven
A la sierra granítica en que sueñas
Inmóvil, por la verde foscura de los montes
Brillando al sol como un acero limpio,
Desnudo y puro como carne efimera,
Pero tu entraña es dura, hermana de los dioses.
Eres alegre, con gozo mesurado
Hecho de impulso y de recogimiento,
Que no comprende el hombre si no ha sido
Hermano de tus nubes y tus piedras.
Vivo estás como el aire
Abierto de montaña,
Como el verdor desnudo
De solitarias cimas,
Como los hombres vivos
Que te hicieron un día,
Alzando en ti la imagen
De la alegría humana,
Dura porque no pase,
Muda porque es un sueño.
Agua esculpida eres,
Música helada en piedra.
La roca te levanta
Como un ave en los aires;
Piedra, columna, ala
Erguida al sol, cantando
Las palabras de un himno,
El himno de los hombres
Que no supieron cosas útiles
Y despreciaron cosas prácticas.
¿Qué es lo útil, lo práctico,
Sino la vieja añagaza diabólica
De esclavizar al hombre
Al infierno en el mundo?
Tú, hermosa imagen nuestra.
Eres inútil como el lirio.
Pero ¿cuáles ojos humanos
Sabrían prescindir de una flor viva?
Junto a una sola hoja de hierba,
¿Qué vale el horrible mundo práctico
Y útil, pesadilla del norte,
Vómito de la niebla y el fastidio?
Lo hermoso es lo que pasa
Negándose a servir. Lo hermoso, lo que amamos,
Tú sabes que es un sueño y que por eso
Es más hermoso aún para nosotros.
Tú conoces las horas
Largas del ocio dulce,
Pasadas en vivir de cara al cielo
Cantando el mundo bello, obra divina,
Con voz que nadie oye
Ni busca aplauso humano,
Como el ruiseñor canta
En la noche de estío,
Porque su sino quiere
Que cante, porque su amor le impulsa.
Y en la gloria nocturna
Divinamente solo
Sube su canto puro a las estrellas.
Así te canto ahora, porque eres
Alegre, con trágica alegría
Titánica de piedras que enlaza la armonía,
El coro de montañas sujetándola.
Porque eres la vida misma
Nuestra, mas no perecedera
Sino eterna, con sus tercos anhelos
Conseguidos por siempre y nuevos siempre
Bajo una luz sin sombras.
Y sí tu imagen tiembla en las aguas tendidas,
Es tan sólo una imagen;
Y si el tiempo nos lleva, ahogando tanto afán insatisfecho,
Es sólo como un sueño;
Que ha de vivir tu voluntad de piedra,
Ha de vivir, y nosotros contigo.
324 El tamismán irónico de un sexo poderoso,
325 Oh Dios. Tú que nos has hecho
Para morir, ¿por qué nos infundiste
La sed de eternidad, que hace al poeta?
¿Puedes dejar así, siglo tras siglo,
Caer como vilanos que deshace un soplo
Los hijos de la luz en la tiniebla avara?
Mas tú no existes. Eres tan sólo el nombre
Que da el hombre a su miedo y su impotencia,
Y la vida sin ti es esto que parecen
Estas mismas ruinas bellas en su abandono:
Delirio de la luz ya sereno a la noche,
Delirio acaso hermoso cuando es corto y es leve.
326 Esto es el hombre. Aprende pues, y cesa
De perseguir eternos dioses sordos
Que tu plegaría nutre y tu olvido aniquila.
Tu vida, lo mismo que la flor, ¿es menos bella acaso
Porque crezca y se abra en brazos de la muerte?
330 GÓNGORA
El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su probreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras
Más generosas que los hombres disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largo malgastados.
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.
Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su probraza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.
Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son árbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.
Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
332 JARDÍN
Desde un rincón sentado,
Mira la luz, la hierba,
Los troncos, la musgosa
Piedra que mide el tiempo
Al sol en la glorieta,
Y las ninfeas, copos
De sueño sobre el agua
Inmóvil de la fuente.
Allá en alto la trama
Traslúcida de hojas,
El cielo con su pálido
Azul, las nubes blancas.
Un mirlo dulcemente
Canta, tal la voz misma
Del jardín que te hablara.
En la hora apacible
Mira bien con tus ojos,
Como si acariciaras
Todo. Gratitud debes
De tan puro sosiego,
Libre de gozo y pena,
A la luz, porque pronto,
Tal tú de aquí, se parte.
A lo lejos escuchas
La pisada ilusoria
Del tiempo, que se mueve
Hacia el invierno.
Entonces
Tu pensamiento y este
Jardín que así contemplas
Por la luz traspasado,
Han de yacer con largo
Sueño, mudos, sombríos.
337 ¿Es toda acción humana, como estimas ahora,
Fruto de imitación y de inconsciencia?
339 EL ANDALUZ
Sombra hecha de luz,
Que templado repele,
Es fuego con nieve
El andaluz.
Enigma al trasluz,
Pues va entre gente solo,
Es amor con odio
El andaluz.
Oh hermano mío, tú.
Dios, que te crea,
Será quien comprenda
Al andaluz.
339 A UN POETA FUTURO
No conozco a los hombres. Años llevo
De buscarles y huirles sin remedio.
¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo
Demasiado? Antes que en estas formas
Evidentes, de brusca carne y hueso,
Súbitamente rotas por un resorte débil
Si alguien apasionado les allega,
Muertos en la leyendea les comprendo
Mejor. Y regreso de ellos a los vivos,
Fortalecido amigo solitario,
Como quien va del manantial latente
Al río que sin pulso desemboca.
No comprendo a los ríos. Con prisa errante pasan
Desde la fuente al mar, en ocio atareado,
Llenos de su importancia, bien fabril o agrícola;
La fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple,
El multiforme mar, incierto y sempiterno.
Como en fuente lejana, en el futuro
Duermen las formas posibles de la vida
En un sueño sin sueños, nulas e inconscientes,
Prontas a reflejar la idea de los dioses,
Y entre los seres que serán un día
Sueñas tu sueño, mi imposible amigo.
No comprendo a los hombres, Mas algo en mí responde
Que te comprendería, lo mismo que comprendo
Los animales, las hojas y las piedras
Compañeros de siempre silenciosos y fieles.
Todo es cuestión de tiempo en esta vida,
Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
Por largo y vasto, al otro pobre ritmo
De nuestro tiempo humano corto y débil.
Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses
Fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo,
Unida con la tuya se acordaría en cadencia,
No callando sin eco entre el mundo auditorio.
Mas no me cuido de ser desconocido
En medio de estos cuerpos casi contemporáneos,
Vivos de modo diferente al de mi cuerpo
De tierra loca que pugna por ser ala
Y alcanzar aquel muro del espacio
Separando mis años de los tuyos futuros.
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo,
Que otros ojos compartan lo que miran los míos.
Aunque tú no sabrás con cuánto amor hoy busco
Por ese abismo blanco del tiempo venidero
La sombra de tu alma, para aprender de ella
A ordenar mi pasión según nueva medida.
Ahora, cuando me catalogan ya los hombres
Bajo sus clasificaciones y sus fechas,
Disgusto a unos por frío y a otros por raro,
Y en mi temblor humano hallan reminiscencias
Muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua
El mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.
Yo no podré decirte cuánto llevo luchando
Para que mi palabra no se muera
Silenciosa conmigo, y vaya como un eco
A ti, como tormenta que ha pasado
Y un son vago recuerda por el aire tranquilo.
Tú no conocerás cómo domo mi miedo
Para hacer mi voz mi valentía,
Dando al olvido inútiles desastres
Que pululan en torno y pisotean
Nuestra vida con estúdido gozo,
La vida que serás y que yo casi he sido.
Porque presiento en este alejamiento humano
Cuán míos habrán de ser los hombres venideros,
Cómo esta soledad será poblada un día,
aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen,
Si renuncio a la vida es para hallarla luego
Conforme a mi deseo, en tu memoria.
Cuando en hora tardía, aún leyendo
Bajo la lámpara luego me interrumpo
Para escuchar la lluvia, pesada tal borracho
Que orina en la tiniebla helada de la calle,
Algo débil en mí susurra entonces:
Los elementos libres que aprisiona mi cuerpo
¿Fueron sobre la tierra convocados
Por esto sólo? ¿Hay más? Y si lo hay ¿adónde
Hallarlo? No conozco otro mundo si no es éste,
Y sin ti es triste a veces. Ámarme con nostalgia,
Como a una sombra, como yo he amado
La verdad del poeta bajo nombres ya idos.
Cuando en días venideros, libre el hombre
Del mundo primitivo a que hemos vuelto
de tiniebla y de horror, lleve el destino
Tu mano hacia el volumen donde yazcan
Olvidados mis versos, y lo abras,
Yo sé que sentirás mi voz llegarte,
No de letra vieja, mas del fondo
Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre
Que tú dominarás. Escúchame y comprende.
En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
Tendrán razón al fin, y habré vivido.
350 QUETZALCÓATL
Yo estaba allí, mas no me preguntéis
De dónde o cómo vino, sabed sólo
Que estuve yo también cuando el milagro.
No importa el nombre. Una aldea cualquiera
Me vio nacer allá en el mundo viejo
Y apenas vivo me adiestré en la vida
Del miserable: hambre, frío, trabajo
Con soledad. ¿Quién le dio al fango un alma?
Pero tuve algo más: el cielo aquel, el cielo
De la tarde en Castilla (puro y vasto
Como frente a un dios que piensa el mundo,
Un mar de sangre y oro, cuya fiebre
La calmaba, toda azul, la noche honda
Con su perenne escalofrío de estrellas),
Me enseñó la lección digna del alma
Cuando lo contemplaba yo de niño
Sobre las bardas últimas al páramo.
Luego, como arenal sediento bebe el agua,
Así embebió mi mente las leyendas
De aquellos que pasaban a las Indias,
Perla sin par oculta en el abismo atlántico
Y por un hombre hallada, para adornar con ella,
Poeta que regala su propio sueño vivo,
Manos regias avaras y crueles.
Cuando vi un día las murallas rojas
De la costa alejarse, y yo perderme
En la masa de agua, sentí ceder el nudo
Que invisible nos ata a nuestra tierra;
Madrastra fuera, que no madre, y aún la quise.
Comencé entonces a morir, mas era joven
Y en ello no pensé, dándolo al olvido.
Otras constelaciones velaron mi esperanza.
Pisando tierra nueva, de la mano el destino
Me llevó llanamente al hombre designado
Para la hazaña: aquel Cortés, demonio o ángel,
Como queráis; para mí sólo un hombre
Tal manda Dios, apasinado y duro,
Temple de diamante, que es fuego congelado
A cuya vista ciega quien le mira.
La ciudad contemplada desde el monte
Desnuda la intención secreta de sus calles,
Creídas al pisarla confusión sin rumbo;
Así desnudó el tiempo aquellos años nuestros
Preliminares, aunque perdidos parecieran:
Su dispersión implulsó al aire la semilla
Que caída en la tierra dio luego la cosecha.
Y el momento llegó cuando nos fuimos
Por el mar un puñado de hombres;
El mundo era sin límite, igual a mi deseo.
Frente al afán de ver, de ver con estos ojos
Que ha de cegar la muerte, lo demás, ¿qué valía?
Mas este pensamiento a nadie dije
entre mis compañeros, a quienes hostigaba
La ambición de riqueza y poderío.
Realidad fabulosa como leyenda alguna
Allá nos esperaba, y nosotros la hallamos
Tras sus cimas nevadas y sus lagos profundos:
Guardando por cobrizas criaturas recónditas
Para las cuales Cristo fue nombre nunca oído.
Astucia, fuerza, crueldad y crimen,
Todo lo cometimos, y nos fue devuelto
Con creces; mas vencimos, y nadie hizo otro tanto
Antes, ni hará después: un puñado de hombres
Que la codicia apenas guardó unidos
Gararon un imperio milenario.
Ya sé lo que decís: el horror de la guerra,
Mas lo decís en paz, y en guerra calláis con mansedumbre.
Nadie supo la guerra tan bien como nosotros,
Ni siquiera los hombres allá en el mundo viejo
Donde el emperador un trozo de pan daba
Por conquistarle reinos: castillos en el aire,
No bien ganados cuando ya perdidos.
Cuerpos acometí, arrancando sus almas
Apenas fatigadas de la vida,
Como el aire inconsciente las hojas de una rama;
Destinos corté en flor, por la corola
aún intacto el color, puro el perfume.
¿Hubo algún Garcilaso que mi piedra
Hundiera bruscamente al fondo de la muerte?
El reino del poeta tampoco es de este mundo.
Cuando en una mañana, por los arcos y puertas
Que abrió la capital vencida ante nosotros,
Onduló como serpiente de bronce y diamante
Cortejo con litera trayendo al rey azteca,
Me pareció romperse el velo mismo
De los últimos cielos, desnuda ya la gloria.
Sí, allí estuve, y lo vi; envidiadme vosotros.
La masa nevada de terrazas y torres,
Por la ciudad lejana de innumerables puentes,
Se copiaba en el agua áurea de las lagunas
Como sueño esculpido en luz gloriosa,
Y encima refulgía la corona del cielo.
Pobre rey Moctezuma, golondrina
Rezagada que sorprende el invierno,
Mojada y aterida el ala ya sin fuerza.
Pero no es rey quien nace, y Cortés lo sabía.
¿Por qué lo olvidó luego, emulando con duques
En la corte lejana, él, cuyos pies se hicieron
Para besarlos príncipes y reyes?
Cuando él se abandonó también Dios le abandona.
Ahora amigos y enemigos están muertos
Y yace en paz el polvo de unos y de otros,
Menos yo: en mi existencia juntas sobreviven
Victorias y derrotas que el recuerdo hizo amigas.
¿Quién venció a quién?, a veces me pregunto.
Nada queda hoy que hacer, acotada la tierra
Que ahora el traficante reclama como suya
Negociando con cuerpos y con almas;
Ya sólo puede el hombre hacer dinero o hijos.
Y en un rincón al sol de este suelo, más mío
Que lo es el otro allá en el mundo viejo, solo, pobre
Tal viene, aguardo el fin sin temor y sin prisa.
Del viento nació el dios y volvió al viento
Que hizo de mí una pluma entre sus alas.
Oh tierra de la muerte, ¿dónde está tu victoria?
366 NOCHE DEL HOMBRE Y SU DEMONIO
D: Vive la madrugada. Cobra tu señorío.
Percibe la existencia en dolor puro.
Ahora el alma es oscura, y los ojos no hallan
Sino tiniebla en torno. Es ésta la hora cierta
Para hablar de la vida, la vida tan amada.
Si al Dios de quien es obra le reprochas
Que te la diera limitada en muerte,
Su don en sueños no malgastes. Hombre, despierta.
H: Entre los brazos de mi sueño estaba
Aprendiendo a morir. ¿Por qué me acuerdas?
¿Te inspira acaso envidia el sueño humano?
Amo más que la vida este sosiego a solas,
Y tú me arrancas de él, para volverme
Al carnaval de sombras, por el cual te deslizas
con ademán profético y paso insinuante
Tal ministro en desgracia. No quiero verte. Déjame.
D: No sólo forja el hombre a imagen propia
Su Dios, aún más se le asemeja su demonio.
Acaso mi apariencia no concierte
Con mi poder latente: aprendo hipocresía,
Envejezco además, y ya desmaya el tiempo
El huracán sulfúreo de las alas
En el cuerpo del ángel que fui un día.
En mí tienes espejo. Hoy no puedo volverte
La juventud huraña que de ti ha desertado.
H: En la hora feliz del hombre, cuando olvida,
Aguzas mi conciencia, mi tormento;
Como enjambre irritado los recuerdos atraes;
Con sarcasmo mundano suspendes todo acto,
Dejándolo incompleto, nulo para la historia,
Y luego, comparado cuánto valen
Ante un chopo con sol en primavera
Los sueños del poeta, susurras cómo el sueño
Es de esta realidad la sombra inútil.
D: Tu inteligencia se abre entre el engaño:
Es como flor a un viejo regalada,
Y a poco que la muerte se demore,
Ella será clarividente un día.
Mas si el tiempo destruye la sustancia,
Que aquilate la esencia ya no importa.
Ha sido la palabra tu enemigo:
Por ella de estar vivo te olvidaste.
H: Hoy me reprochas el culto a la palabra,
¿Quién si no tú puso en mí esa locura?
El amargo placer de transformar el gesto
En son, sustituyendo el verbo al acto,
Ha sido afán constante de mi vida.
Y mi voz no escuchada, o apenas escuchada,
Ha de sonar aún cuando yo muera,
Sola, como el viento en los juncos sobre el agua.
D: Nadie escucha una voz, tú bien lo sabes.
¿Quién escuchó jamás la voz ajena
Si es pura y está sola? El histrión elocuente,
El hierofante vano miran crecer el corro
Propicio a la mentira. Ellos viven, prosperan;
Tú vegetas sin nadie. El mañana ¿qué importa?
Cuando a ellos les olvide el destino, y te recuerde,
Un nombre tú serás, un son, un aire.
H: Me hieres en el centro más profundo,
Pues conoces que el hombre no tolera
Estar vivo sin más: como en un juego trágico
Necesita apostar su vida en algo,
Algo de que alza un ídolo, aunque con barro sea,
Y antes que confesar su engaño quiere muerte.
Mi engaño era inocente, y a nadie arruinaba
Excepto a mí, aunque a veces yo mismo lo veía.
D: Siento esta noche nostalgia de otras vidas.
Quisiera ser el hombre común de alma letárgica
que extrae de la moneda beneficio,
Deja semilla en la mujer legítima,
Sumisión cosechando con la prole,
Por pública opinión ordena su conciencia
Y espera en Dios, pues frecuentó su templo.
H: ¿Por qué de mí haces burla duramente?
Si pierde su sabor la sal del mundo
Nada podrá volvérselo, y tú no existirías
Si yo fuese otro hombre más feliz acaso,
Bien que no es la cuestión el ser dichoso.
Amo el sabor amargo y puro de la vida,
Este sentir por otros la conciencia
Aletargada en ellos, con su remordimiento,
Y aceptar los pecados que ellos mismos rechazan.
D: Pobre asceta irrisorio, confiesa cuánto halago
Ofrecen el poder y la fortuna:
Alas para cernerse al sol, negar la zona
En sombra de la vida, gratificar deseos,
Cual dúctil amistad verse fortalecido,
Comprarlo todo, ya que todo está en venta,
Y contemplando la miseria extraña
Hacer más delicado el placer propio.
H: Dos veces no se nace, amigo. Vivo al gusto
De Dios: ¿Quién evadió jamás a su destino?
El mío fue explorar esta extraña comarca,
Contigo siempre a zaga, subrayando
Con tu sarcasmo mi dolor. Ahora silencio,
Por si alguno pretende que me quejo: es más digno
Sentirse vivo en medio de la anguistia
Que ignorar con los grandes de este mundo,
Cerrados en su limbo tras las puertas de oro.
D: Después de todo, ¿quién dice que no sea
Tu Dios, no tu demonio, el que te habla?
Amigo ya no tienes sino es este
Que te incita y despierta, padeciendo contigo.
Mas mira cómo el alba a la ventana
Te convoca a vivir sin ganas otro día.
Pues el mundo no aprueba al desdichado,
Recuerda la sonrisa y, como aquel que aguarda,
Álzate y ve, aunque aquí nada esperes.
374 EL CEMENTERIO
En torno de la iglesia esparce el cementerio
Sus tumbas viejas, caídas en la hierba
Como lebrel cansado ante los pies del dueño,
Y tras su tapia va la calleja solitaria.
Hay un fulgor aún tras del pino señero
Sobre las losas, adonde los pájaros regresan
Al cobijo nocturno, y un mirlo todavía
Canta. Pero la luz se queda enamorada.
Como un óleo de paz, luz música y aroma
Traspasan esta hierba, bajo la cual el sueño
Antes que tú, acaso en un recuerdo se despierte.
Ése es todo el paisaje, cuando aquí en la ventana,
Junto al ramo de lilas, mientras la noche viene
Por el aire celeste, mojado y luminoso.
Escuchando al piano dejas ponerse el día.
Piensas entonces cercana la frontera
Donde unida está ya con la muerte la vida,
Y adivinas los cuerpos iguales a simiente,
Que sólo ha de vivir si muere en tierra oscura.
383 CUATRO POEMAS A UNA SOMBRA
I LA VENTANA
Recuerda la ventana
Sobre el jardín nocturno,
Casi conventual; aquel sonido humano,
Oscuro de las hojas, cuando el tiempo,
Lleno de la presencia y la figura amada,
Sobre la eternidad un ala inmóvil,
Hace ya de tu vida
Centro cordial del mundo,
De ti puesto en olvido,
Enajenado entre las cosas.
Todo esplendor, misterio
Primaveral, el cielo luce
Como agua que en la noche orea;
Y al contemplarle, sientes
Pena de abandonar esta ventana,
Para ceder en sueño tanta vida,
Al reposo definitivo
Anticipado el cuerpo,
Cuando por el amor tu espíritu rescata
La realidad profunda.
Sin esperarle, contra el tiempo,
Nuevamente ha venido,
Rompiendo el sueño largo
Por cuyo despertar te aparecía
La muerte sólo; y trae
El sentido consigo, la pasión, la conciencia,
Como recién creados admirables,
En su pureza y su vigor primeros,
Que estando ya, no estaban,
Pues entre estar y estar hay diferencia.
Su voluntad, maestra de la tuya,
Delicia y miedo inspira,
Penetrando en la sangre, como música
inmaterial dominadora,
Y al poder te somete de unos ojos,
Donde amanece el alma
Allá en su fondo azul, tranquilo y frío,
Hacia la luz alzados,
Unida a ellos, y unido tú con ellos
Por vida y muerte quieres contemplarlos.
El amor nace en los ojos,
Adonde tú, perdidamente,
Tiemblas de hallarle aún desconocido,
Sonriente, exigiendo;
La mirada es quien crea,
Por el amor, el mundo,
Y el amor quien percibe,
Dentro del hombre oscuro, el ser divino,
Criatura de luz entonces vida
En los ojos que ven y que comprenden.
Miras la noche a la ventana, y piensas
Cuán bello es este día de tu vida,
Por el encanto mudo
Del cual ella recibe
Su valor; en los cuerpos,
Con soledad heridos,
Las almas sosegando,
Que a una y otra cifra, dos mitades
Tributarias del odio,
A la unidad las restituye.
Un astro fijo iliminando el tiempo,
aunque su luz al tiempo desconoce,
Es hoy tu amor, que quiere
Exaltar un destino
Adonde se conciertan fuerza y gracia;
Fijar una existencia
Con tregua eterna y breve, tal la rosa;
El dios y el hombre unirlos:
En obras de la tierra lo divino olvidado,
Lo terreno probado en el fuego celeste.
Como la copa llena,
Cuando sin apurarla es derramada
Con un gesto seguro de la mano,
Tu fe despierta y tu fervor despierto,
Enamorado irías a la muerte,
Cayendo así, ¿ello es muerte o caída?
Mientras contemplas, ya a la aurora,
El azul puro y hondo de esos ojos,
Porque siempre la noche
con tu amor se ilumine.
II EL AMIGO
Los lugares idénticos parecen,
Las cosas como antes,
Mas él no está, ni la luz, ni las hojas,
Y en esta clama hacia el final del año
Llevas la soledad por toda compañia.
Es grato errar afuera,
Ir con tu sombra, recordando
Lo pasado tan cerca en lo presente,
Crecida ya su flor sin tiempo.
¿Es ésta soledad si así está llena?
El mediodía ahora, con su cielo
Que se acerva velado
Al río de aguas ciegas,
Vuelve hacia ti la historia,
Íntimo y silencioso como un libro.
En su sosiego crees
Que una forma ligera se encamina
Dulcemente a tu lado,
Como el amigo aquel, cuando las hojas
Y la luz, luego idas con él mismo.
Le llamas ido, y no semeja
Su vida, transcurriendo a la distancia,
Espectro de la mente hoy,
Sino vida en la tuya, entre estas cosas
Que le vieron contigo.
Negado a tu deseo, hallas entonces
Que si tocas tu mano es con su mano,
Que si miran tus ojos es con sus ojos,
Y tu amor en ti mismo
Tiene cuanto le dio y en él perdiera.
No le busques afuera. Él ya no puede
Ser distinto de ti, ni tú tampoco
Ser distinto de él: unidos vais,
Formando un solo ser dos impulsos
Como al pájaro solo hacen dos alas.
III LA ESCARCHA
Mira los árboles, como en estío,
Por la escarcha brotados
Con hojas otra vez, hojas heladas,
Espectro de las idas. Así mismo a la mente
Aquella imagen del amor, antes amiga.
Regresa extraña ahora.
Todo cuanto fue entonces
Tibieza, movimiento,
Restituido así bajo esta escarcha,
Suspende el tiempo, y deja
Lo presente vacío,
Lo pasado visible sin encanto.
Parece que la muerte,
Siguiendo nuestra trama de la vida,
Sus formas remedase,
No brotadas del fuego originario,
Mas del frío postrero,
Halo transubstanciado en torno de una ausencia.
Dirías que el amor, luz de día es estío,
Luego es sombra desconsolada
Sobre unos campos transitorios
con sus ramos de hielo,
Por los que vas buscando la figura
Constante de las cosas.
Dirías. Mas precibes en lo hondo,
Como presagio, siempre:
"No era en esos oídos
Adonde tu palabra
Debía resonar, ni era en esos lugares
Donde debías hallar el centro de tu alma.
"Sigue por las regiones del aspirar oscuro,
No buscando sosiego a tu deseo,
Confiado en lo enemigo".
Contra el tiempo, en el tiempo,
así el presagio loco: "espera, espera.".
IV EL FUEGO
Por tierra está aquel chopo,
La sombra que a tu lado contemplabas,
En el aire la cima hacia las nuebes,
Cuando el verano, como pausa del tiempo,
Sobre su hierba al sol te mantenía.
Un haz de luz en horas matinales
Era, con el crecer del día oscurecido,
Hasta tornarse columna misteriosa al pie del agua
sosteniendo más claras la noche y las estrellas.
A su lado tu amor pensabas,
Destinado a vivir sólo un estío,
Aunque tan hondamente por el cuerpo arraigase
Como en la tierra el árbol.
De tu alentar al alentar del chopo
Corria una hermandad, y era consuelo
Confiar esperando enamorado,
Cerca así de un anínco negado a tu destino.
Mas aún, en ofrenda
Al desino, tendías con gratitud tu vida,
Igual a quien su pie desliza por el fango,
Sólo atento a una flor que la mano sostiene.
Así amabas entonces,
Siguiendo un delicado impulso,
Y tu inútil trabajo de amor no te dolía,
Aunque donde recela el ángel la pisada
Algún bufón se instala como dueño.
En fragmentos ahora arde aquel chopo,
A tu cuerpo de invierno con su llama dando
Compañia, tibieza del amor que falta
A nuestro lado, y de llama a recuerdo
Vas, y en ambos a ti solo te encuentras.
Cuanto el destino quita
Es luego recobrado en forma extraña;
Ganar, perder, son nombres sin sentido:
Mira cómo tu amor, tu árbol,
Con llama de otro impulso se coronan.
Junto al agua, en la hierba, ya no busques,
Que no hallarás figura, sino allá en la mente
Continuarse el mito de tu existir aún incompleto,
Creando otro deseo, dando asombro a la vida,
Sueño de alguno donde tú no sabes.
391 EL INTRUSO
Como si equivocara el tiempo
Su trama de los días,
¿Vives acaso los de otro?,
Extrañas ya la vida.
Lejos de ti, de la conciencia
Desacordada, el centro
Buscas afuera, entre las cosas
Presentes un momento.
Así de aquel amigo joven
Que fuiste ayer, aguardas
En vano ante el umbral de un sueño
La ilusa confianza.
Pero tu faz, en el alinde
De algún espejo, vieja
Hosca, abstraída, te interrumpe
Tal la presencia ajena.
Hoy este intruso eres tú mismo,
Tú, como el otro antes,
Y con el cual sin gusto inicias
Costumbre a que se allane.
Para llegar al que no eres,
Quien no eres te guía,
Cuando el amigo es el extraño
Y la rosa es la espina.
392 EL ÁRBOL
Al lado de las aguas está, como leyenda,
En su jardín murado y silencioso,
El árbol bello dos veces centenario,
Las poderosas ramas extendidas,
Cerro de tanta hierba, entrelazando hojas,
Dosel donde una sombra edénica subsiste.
Bajo este cielo nórdico nacido,
Cuya luz es tan breve, e incierta aun siendo breve,
Apenas embeleso estival lo traspasa y exalta
Como a su hermano el plátano del mediodía,
Sonoro de cigarras, junto del cual es grato
Dejar morir el tiempo divinamente inútil.
Tras el invierno horrible, cuando sólo la llama
Conforta aquella espera de revivir futuro,
Al pie del árbol brotan lágrimas de la nieve,
Corolas de azafrán, jacintos, asfodelos,
Con pujanza vernal de la tierra, y fielmente
De nueva juventud el árbol se corona.
Son entonces los días, algunos despejados,
Algunos nebulosos, más tibios de este clima,
Sueño septentrional que el sol casi no rompe,
Y hacia el estanque vienen rondas de mozos rubios:
Temblando, tantos cuerpos ligeros, queda el agua;
Vibrando, tantas voces timbradas, queda el aire.
Entre sus mocedades, vida prometedora,
Aunque pronto marchita en usos tristes,
Raro es aquel que siente, a solas algún día
En hora apasionada, la mano sobre el tronco,
La secreta premura de la savia ascendiendo
Tal si fuera el latido de su propio destino.
Cuando la juventud el mundo es ancho,
Su medida tan vasta como vasto el deseo,
La soledad ligera, placentero ese irse,
Mirando sin nostalgia cosas y criaturas
Amigas un momento, en blanco la memoria
De recuerdos, que un día serán fardo cansando.
Atrás quedan los otros, repitiendo
Sin urgencia interior los gestos aprendidos,
Legitimados siempre por un provecho estéril;
Ya grey apareada, de hijos productora,
Pasiva ante el dolor como bestia asombrada,
Viva en un limbo idéntico al que en la muerte encuentra.
Pero ocurre una pausa en medio del camino;
La mirada que anhela, vuelta hacia lo futuro,
Es nostálgica ahora, vuelta hacia lo pasado;
Una fatiga nueva, alerta ya a esos ecos
De voces que se fueron, suspensas en el aire
Las preguntas de siempre, por nadie respondidas.
Y el mozo iluso es viejo, él mismo ignora cómo
Entre sueños fue el tiempo malgastado;
Ya su faz reflejada extraña le aparece,
Más que su faz extraña su conciencia,
De donde huyó el fervor trocado por disgusto,
Tal pájaro extranjero en nido que otro hizo.
Mientras, en su jardín, el árbol bello existe
Libre del engaño mortal que al tiempo engendra,
Y si la luz escapa de su cima a la tarde,
Cuando aquel aire ganan lentamente las sombras,
Sólo aparece triste a quien triste le mira:
Ser de un mundo perfecto donde el hombre es extraño.
397 LA FECHA
También en cielo extraño
Y en extraña comarca,
Cuando al primer otoño
Dice un pájaro el alba.
En el umbral hortensias
Con cielo claro, luego
El mar, sin la memoria
Todo, al abrir de un sueño.
Allá están los caminos,
A esta luz todavía
Vacíos, y entre ellos
Uno aguarda tu ida.
No preguntes si vale
La pena haver venido,
Sino déjate, piensa
Que un dios es hoy tu amigo.
399 EL RETRAÍDO
Como el niño jugando
Con desechos del hombre,
Un harapo brillante,
Papel coloreado o pedazo de vidrio,
A los que su imaginación da vida mágica,
Y goza y canta y sueña
A lo largo de días que las horas no miden,
Así con tus recuerdos.
No son como las cosas
De que cerciora el tacto,
Que contemplan los ojos;
De cuerpo más aéreo
Que un aroma, un sonido,
Sólo tienen la forma prestada por tu mente,
Existiendo invisibles para el mundo
Aun cuando el mundo para ti lo integran.
Vivir contigo quieres
Vida menos ajena que esta otra,
Donde placer y pena
No sean accidentes encontrados,
Sino faces del alma
Que refleja el destino
Con la fidelidad trasmutadora
De la imagen brotando en aguas quietas.
Esperan tus recuerdos
El sosiego exterior de los sentidos
Para llamarte o para ser llamados,
Como esperan las cuerdas en vihuela
La mano de su dueño, la caricia
Diestra, que evoca los sonidos
Diáfanos, haciendo dulcemente
De su poder latente, temblor, canto.
Vuelto hacia ti prosigues
El divagar enamorado
De lo que fue tal como ser debiera,
Y así la vida pasas,
Morador de entresueños,
Por estas galerías
Donde a la luz más bella hace la sombra
Y donde a la memoria más pura hace el olvido.
Si morir fuera esto,
Un recordar tranquilo de la vida,
Un contemplar sereno de las cosas,
Cuán dichosa la muerte,
Rescatando el pasado
Para soñarlo a solas cuando libre,
Para pensarlo tal presente eterno,
Como si un pensamiento valiese más que el mundo.
403 EL POETA
La edad tienes ahora que él entonces,
Cuando en el tiempo de la siembra y la danza,
Hijos de anhelo moceril que se despierta,
Tu sueño, tu esperanza, tu secreto,
Aquellos versos fueron a sus manos
Para mostrar y hallar signo de vida.
Mucho nos dicen, desde el pasado, voces
Ilustres, ascendientes de la palabra nuestra,
Y las de lengua extraña, cuyo acento
Experiencia distinta nos revela. Mas las cosas,
El fuego, el mar, los árboles, los astros,
Nuevas siempre aparecen.
Nuevas y arcanas, hasta que al fin traslucen
Un día en la expresión de aquel poeta
vivo de nuestra lengua, en el contemporáneo
Que infunde por nosotros,
Con su obra, la fe, la certidumbre
Maga de nuestro mundo visible e invisible.
Con reverencia y con amor así aprendiste,
aunque en torno los hombres no curen de la imagen
Misteriosa y divina de las cosas,
De él, a mirar quieto, como
Espejo, sin el cual la creación sería
ciega, hasta hallar su mirada en el poeta.
Aquel tiempo pasó, o tú pasaste,
Agitando una estela temporal ilusoria,
Adonde estaba él, cuando tenía
La misma edad que hoy tienes:
Lo que su fe sabía y la tuya buscaba,
Ahora has encontrado.
Agradécelo pues, que una palabra
Amiga mucho vale
En nuestra soledad, en nuestro breve espacio
De vivos, y nadie sino tú puede decirle,
A aquel que te enseñara adónde y cómo crece:
Gracias por la rosa del mundo.
Para el poeta hallarla es lo bastante,
E inútil el renombre u olvido de su obra,
Cuando en ella un momento se unifican,
* Tal uno son amante, amor y amado,
Los tres complementarios luego y antes dispersos:
El deseo, la rosa y la mirada.
405 EL ÉXTASIS
Tras el dolor, la angustia, el miedo,
Como niño al umbral de estancia oscura,
Será el ceder de la conciencia;
mas luego recobrada, la luz nueva
Veré, y tú en ella erguido.
Sonreirán tus ojos,
Desconocido y conocido, con encanto
De una rosa que es ella y recuerdo de otra rosa,
Trayendo tu presencia el mundo nuevo
Hasta mí, con el poder de un dios. Entonces
Miraré ese que yo sea,
Para hallarle a la imagen de aquel mozo
A quien dijera adiós en tiempos
Idos, su juventud intacta
De nuevo, esperando, creyendo, amando.
La hermosura que el haber vivido
Pudo ser, unirá al alma
La muerte así, en un presente inmóvil
Como el fauno en su mármol extasiado
Es uno con la música.
E iremos por el prado a las aguas, donde olvido,
Sin gesto el gozo, muda la palabra,
Vendrá desde tu labio hasta mi labio,
Fundirá en una sombra nuestras sombras.
417 SER DE SANSUEÑA
Acaso allí estará, cuatro costados
Bañados en los mares, al centro la meseta
Ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra
Original de tantos, como tú, dolidos
De ella y por ella dolientes.
Es la tierra imposible, que a su imagen te hizo
Para de sí arrojarte. En ella el hombre
Que otra cosa no pudo, por error naciendo,
Sucumbre de verdad, y como en pago
Ocasional de otros errores inmortales.
Inalterable, en violento claroscuro,
Mírala, piénsala. Árida tierra, cielo fértil,
Con nieves y resoles, riadas y sequías;
Almendros y chumberas, espartos y naranjos.
Crecen en ella, ya desierto, ya oasis.
Junto a la iglesia está la casa llana,
Al lado del palacio está la timba,
El alarido ronco junto a la voz serena,
El amor junto al odio, y la caricia junto
A la puñalada. Allí es extremo todo.
La nobleza plebeya, el populacho noble,
La pueblan; dando terratenientes y toreros,
Curas y caballistas, vagos y visionarios,
Guapos y guerrilleros. Tú compatriota,
Bien que ello te repugne, de su fauna.
Las cosas tienen precio. Lo es del poderío
La corrupción, del amor la no correspondencia;
Y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo
De ninguna: deambular, vacuo y nulo,
Por el mundo, que a Sansueña y sus hijos desconoce.
Si en otro tiempo hubiera sido nuestra,
Cuando gentes extrañas la temían y odiaban,
Y mucho era ser de ella; cuando toda
Su sinrazón congénita, ya locura hoy,
Como admirable paradoja se imponía.
Vivieron muerte, sí, pero con gloria
En ajeno rincón. Y mientras tanto
Los gusanos, de ella y su ruina irreparable,
Crecen, prosperan.
Vivir para ver esto.
Vivir para ser esto.
424 ESCULTURA INACABADA
(David - Apolo, de Miguel Ángel)
Sorprendido, ah, sorprendido
Desnudo, en una pausa,
Por la selva remota,
Traspuesto el tiempo
Adherido a la tierra
Todavía, al tronco
Y a la roca, en la frontera
De infancia a mocedades.
Es el instante, el alba
Pura del cuerpo,
En el secreto absorto
De lo que es virgen.
Reposo y movimiento
Coinciden, ya en los brazos,
El sexo, flor no abierta,
O los muslos, arco de lira.
Por el dintel suspenso
De su propia existencia,
Se mira ensimismado
Y a sí se desconoce.
Dentro, en el pensamento,
Escucha a su destino,
Caída la cabeza,
Entornados los ojos.
Calla, Que no despierte,
Cuando cae el tiempo,
Ya sus eternidades
Perdidas hoy.
Mas tú mira, contempla
Largo esa hermosura,
Que la pasión ignora;
Contempla, voz y llanto.
Fue amor quien la trajera,
Amor, la sola fuerza humana,
Desde el no ser, al sueño
Donde latente asoma.
426 PARA ESTAR CONTIGO
Sé que a solas, aburrido
De estar vivo y quedar muerto,
Pasas eltiempo, o te pasa
El tiempo sin tú quererlo.
Pues el fuego no la anima
Sino en lumbre pasajera,
Entiende la paradoja
De tu existencia incompleta.
La luna es a veces clara,
El aire a veces es tibio,
El cuerpo joven tan puro
Como siempre, y tan perdido.
El sino te lleva, y puedes,
Si así lo quieres, pararle,
Cuando seguir cansa. Entonces
Eres dueño en lo que vale.
Luego la vejez alcanza,
Y con ella ese recelo
De una falla, ajena o tuya,
En el ciclo ya completo.
No digas que no esperabas
Todo ello en el principio,
Y acepta, como si iguales,
Lo esperado y lo vivido.
430 VIENDO VOLVER
Irías, y verías
Todo igual, cambiado todo,
Así como tú eres
El mismo y otro. ¿Un río
A cada instante
No es él y diferente?
Irías, en apariencia
Distraído y aburrido
En secreto, mirando,
Pues el mirar es sólo
La forma en que persiste
El antiguo deseo.
Mirando, estimarías
(La mirada acaricia
Fijándose o desdeña
Apartándose) irreparable todo
Ya, y perdido, o ganado
Acaso, quién lo sabe.
Así, con pasmo indiferente,
Como llevado de una mano,
Llegarías al mundo
que fue tuyo otro tiempo,
Y allí le encontrarías,
Al tú de ayer, que es otro hoy.
Impotente, extasiado
Y solo, como un árbol,
Le verías, el futuro
Soñando, sin presente,
A espera del amigo,
Cuando el amigo es él y en él le espera.
Al verle, tú querrías
Irte, ajeno entonces,
Sin nada que decirle,
Pensando que la vida
Era una burla delicada,
Y que debe ignorarlo el mozo hoy.
435 El poder, ¿quién ha de conocerlo
Como yo? el poder que corrompe
Espíritu, como una enfermedad oculta
Corrompe carne. Pero aun así, divino
Es, que aislado me destina
A ver las criaturas allá lejos,
Lo mismo que las ve el águila en el aire.
Grandeza corrompida que arrastra y que levanta,
Mantiene en equilibrio este mortal residuo
De mi existir, tan desmedido y flaco.
436 Mas suena sigilosa una pisada,
La seda reticente en la cortina;
Me obsesiona un rumor inexistente
A toda hora. El poder no corrompe,
Enloquece y aísla. Acecha alguno
En el vestíbulo, viniendo en busca
Del anillo. Mis guardas me protegen,
Que nadie pueda entrar. Acaso están vendidos.
Tan débil yo, el victorioso, tanto,
Que el peso de una pluma aterra a mi garganta.
437 La víctima provoca al vergudo inocente.
450 RETRATO DE POETA
(Fray H. F. Paravicino, por el Greco)
A Ramón Gaya
¿También tú aqui, hermano, amigo,
Maestro, en este limbo? ¿Quién te trajo,
Locura de los nuestros, que es la nuestra,
como a mí? ¿O codicia, vendiendo el patrimonio
No ganado, sino heredado, de aquellos que no saben
Quererlo? Tú no puedes hablarme, y yo apenas
Si puedo hablar. Mas tus ojos me miran
como si a ver un pensamiento me llamaran.
Y pienso. Estás mirando allá. Asistes
Al tiempo aquel parado, a lo que era
En el momento aquel, cuando el pintor termina
Y te deja mirando quietamente tu mundo
A la ventana: aquel paisaje bronco
De rocas y de encinas, verde todo y moreno,
En azul contrastado a la distancia,
De un contorno tan neto que parece triste.
Aquella tierra estás mirando, la ciudad aquella,
La gente aquella. El brillante revuelo
Miras de terciopelo y seda, de metales
Y esmaltes, de plumajes y blondas,
Con su estremecimiento, su palpitar humano
Que agita el aire como ala enloquecida
De mediodía. Por eso tu mirada
Está mirando así, nostálgica, indulgente.
El instinto te dice que ese vivir soberbio
Levanta la palabra. La palabra es más plena
Ahí, más rica, y fulge igual que otros joyeles,
Otras espadas, al cruzar sus destellos y sus filos
En el campo teñido de poniente y de sangre,
En la noche encendida, al compás del sarao
O del rezo en la nave. Esa palabra, de la cual tú conoces,
Por el verso y la plática, su poder y su hechizo.
Esa palabra de ti amada, sometiendo
A la encumbrada muchedumbre, le recuerda
Cómo va nuestra fe hacia las cosas
Ya no vistas afuera con los ojos,
Aunque dentro las ven tan claras nuestras almas;
Las cosas mismas que sostienen tu vida,
Como la tierra aquella, sus encinas, sus rocas,
Que estás ahí mirando quietamente.
Ya no las veo ya, y apenas si ahora escucho,
Gracias a ti, su dejo adormecido
Queriendo resurgir, buscando el aire
Otra vez. En los nidos de antaño
No hay pájaros, amigo. Ahí perdona y comprende,
Tan caídos estamos que ni la fe nos queda.
Me miras, y tus labios, con pausa reflexiva,
Devoran silenciosos las palabras amargas.
Dime. Dime. No esas cosas amargas, las sutiles,
Hondas, afectuosas, que mi oído
Jamás escucha. Como concha vacía,
Mi oído guarda largamente la nostalgia
De su mundo extinguido. Yo aquí solo,
Aun más que lo estás tu, mi hermano y mi maestro,
Mi ausencia en esa tuya busca acorde,
como ola en la ola. Dime, amigo.
¿Recuerdas? ¿En qué miedos el acento
Armonioso habéis dejado? ¿Lo recuerdas?
Aquel pájaro tuyo adelecía
De esta misma pasión que aquí me trae
Frente a ti. Y aunque yo estoy atado
A prisión menos pía que la tuya,
Aún me solicita el viento, el viento
Nuestro, que animó nuestras palabras.
Amigo, amigo, no me hablas. Quietamente
Sentado ahí, en dejadez airosa,
La mano delicada marcando con un dedo
El pasaje en el libro, erguido como a escucha
Del coloquio un momento interrumpido,
Miras tu mundo y en tu mundo vives.
Tú no sufres ausencia, no la sientes;
Pero por ti y por mí sintiendo, la deploro.
El norte nos devora, presos de esta tierra,
La fortaleza del fastidio atareado,
Por donde sólo van sombras de hombres,
Y entre ellas mi sombra, aunque ésta en ocio,
Y en su ocio conoce más la burla amarga
De nuestra suerte. Tú viviste tu día,
Y en él, con otra vida que el pintor te infunde,
Existes hoy. Yo ¿estoy viviendo el mío?
¿Yo? el instrumento dulce y animado,
Un eco aquí de las tristezas nuestras.
460 PASATIEMPO
Tu tierra está perdida
Para tí, y hasta olvidas,
Por cerrada, la herida.
Tu trabajo, en secreto,
Con moneda de viento
Pagado por lo menos.
¿Qué hacer entonces, dices,
Cuando nada te asiste
Y el tiempo te desvive?
De algún azar espera
Que un cuerpo joven sea
Pretexto en tu existencia.
Acaso el amor puede
Tener aquellos seres
Que todo marco exceden.
460 LIMBO
A Octavio Paz
La plaza sola (gris el aire,
Negros los árboles, la tierra
Manchada por la nieve),
Parecía, no realidad, mas copia
Triste sin realidad. Entonces.
Ante el umbral, dijiste:
Viviendo aquí serías
Fantasma de ti mismo.
Inhóspita en su adorno
Parasimonioso, porcelanas, bronces,
Muebles chinos, la casa
Oscura toda era,
Pálidas sus ventanas sobre el río,
Y el color se escondía
En un retablo español, en un lienzo
Francés, su brío amedrentado.
Entre aquellos despojos,
Provecto, el dueño estaba
Sentado junto a su retrato
Por artista a la moda en años idos,
Imagen fatua y fácil
Del dilettante, divertido entonces
Comprando lo que una fe creara
En otro tiempo y otra tierra.
Allí con sus iguales,
Damas imperativas bajo sus afeites,
Caballeros seguros de sí mismos,
Rito social cumplía,
Y entre el diálogo moroso,
Tú oyendo alguien que dijo: "Me ofrecieron
La primera edición de un poeta raro,
Y la he comprado" tu emoción callaste.
Así pensabas, el poeta
Vive para esto, para esto
Noches y días amargos, sin ayuda
De nadie, en la contienda
Adonde, como el fénix, muere y nace,
Para que años después, siglos
Después, obtenga al fin el displicente
Favor de un grande en este mundo.
Su vida ya puede excusarse,
Porque ha muerto del todo;
Su trabajo ahora cuenta,
Domesticado para el mundo de ellos,
Como otro objeto vano,
Otro ornamento inútil;
Y tú cobarde, mudo
Te despedieste ahí, como el que asiste,
Más allá de la muerte, a la injusticia.
Mejor la destrucción, el fuego.
464 SOLEDADES
¿Para qué dejas tus versos,
Por muy poco que ellos valgan,
A gente que vale menos?
Tú mismo, que así lo dices,
Vales menos que ninguno,
Cuando a callar no aprendieste.
Palabras que van al aire,
Adonde si un eco encuentran
Repite lo que no sabe.
468 LO MÁS FRÁGIL ES LO QUE DURA
¿Tu mocedad? No es más
Que un olor de azahar
En plazuela a la tarde
Cuando la luz decae
Y algún farol se enciende.
Su perfume lo sientes
Alzarse de un pasado
Ayer tuyo, hoy extraño,
Envolviéndote: aroma
Único y sin memoria
De todo, sea la sangre,
Amores o amistades
En tu existir primero,
cuando cualquier deseo
En tiempo pronto iba
A realizarlo un día
De aquel futuro; aroma
Furtivo como sombra,
Moviendo tus sentidos
Con un escalofío.
Y ves que es lo más hondo
De tu vivir un poco
De eso que llaman nada
Tantas gentes sensatas:
Un olor de azahar,
Aire. ¿Hubo algo más?
469 POEMAS PARA UN CUERPO
I SALVADOR
Sálvale o condénale,
Porque ya su destino
Está en tus manos, abolido.
Si eres salvador, sálvale
De ti y de él; la violencia
De no ser uno en ti, aquiétala.
O si no lo eres, condénale,
Para que a su deseo
Suceda otro tormento.
Sálvale o condénale,
Pero así no le dejes
Seguir vivo, y perderte.
II DESPEDIDA
La calle, sola a medianoche,
Doblada en eco vuestro paso.
Llegados a la esquina fue el momento;
Arma presta, el espacio.
Eras tú quien partía,
Fuiste primero tú el que riompiste,
Así el ánima rompe sola,
Con terror a ser libre.
Y entró la noche en ti, materia tuya
Su vastedad desierta,
Desnudo ya del cuerpo tan amigo
Que contigo uno era.
III PARA TI, PARA NADIE
Pues no basta el recuerdo,
Cuando aún queda tiempo,
Alguno que se aleja
Vuelve atrás la cabeza,
O aquel que ya se ha ido,
En algo posesivo,
Una carta, un retrato,
Los materiales rasgos
Busca, la fiel presencia
con realidad terrena,
Y yo, este Luis Cernuda
Incógnito, que dura
Tan sólo un breve espacio
De amor esperanzado,
Antes que el plazo acabe
De vivir, a tu imagen
Tan querida me vuelvo
Aquí, en el pensamiento,
Y aunque tú no has de verlas,
Para hablar con tu ausencia
Estas líneas escribo,
Únicamente por estar contigo.
IV SOMBRA DE MÍ
Bien sé yo que esta imagen
Fija siempre en la mente
No eres tú, sino sombra
Del amor que en mí existe
antes que el tiempo acabe.
Mi amor así visible me pareces,
Por mí dotado de esa gracia misma
Que me hace sufrir, llorar, desesperarme
De todo a veces, mientras otras
Me levanta hasta el cielo en nuestra vida,
Sintiendo las dulzuras que se guradan
Sólo a los elegidos tras el mundo.
Y aunque conozco eso, luego pienso
Que sin ti, sin el raro
Pretexto que me diste,
Mi amor, que afuera está con su ternura,
Allá dentro de mí hoy seguiría
Dormido todavía y a la espera
De alguien que, a su llamada,
Le hiciera al fin latir gozosamente.
Entonces te doy gracias y te digo:
Para esto vine al mundo, y a esperarte;
Para vivir por ti, como tú vives
Por mí, aunque no lo sepas,
Por este amor tan hondo que te tengo.
V EL AMANTE ESPERA
Y cuánto te importuno,
Señor, rogándote me vuelvas
Lo perdido, ya otras veces perdido
Y por ti recobrando para mí, que parece
Imposible guardarlo
Nuevamente
Llamo a tu compasión, pues es la sola
Cosa que quiero bien, y tú la sola
Ayuda con que cuento.
Mas rogándote
Así, conozco que es pecado,
Ocasión de pecar lo que te pido,
Y aún no guardo silencio,
Ni me resigno al fin a la renuncia.
Tantos años vividos
En soledad y hastío, en hastío y pobreza,
Trajeron tras de ellos esta dicha,
Tan honda para mí, que así ya puedo
Justificar con ella lo pasado.
Por eso insisto aún, Señor, por eso vengo
De nuevo a ti, temiendo y aun seguro
De que si soy blasfemo me perdones:
Devuélveme, Señor, lo que he perdido,
El solo ser por quién vivir deseo.
VI DESPUÉS DE HABLAR
No sabes guardar silencio
Con tu amor. ¿Es que le importa
A los otros? Pues gozaste
Callado, callado ahora.
Sufre, pero nada digas.
Es el amor de una esencia
Que se corrempe al hablarlo:
En el silencio se engendra,
Por el silencio se nuetre
Y con silencio se abre
Como una flor. No lo digas;
Sdúfrelo en ti, pero cállate.
Si va a morir, con él muere;
Si va a vivir, con él vive.
Entre muerte y vida, calla,
Porque testigos no admite.
VII HACIÉNDOSE TARDE
Entre los últimos brotes
La rosa no se ve rara,
Ni la alondra al levantarse
Atiende a que el sol retrasa,
O el racimo ya tardío
Cuida si es mustia la parra.
Pero tu cariño nuevo
La estación piensa acabada.
Pues la alondra con su canto
Siempre puebla la mañana
Y la rosa y el racimo
Siempre llenan la mirada,
Entonces, deja, no pienses
En que es tarde. ¿Hubo tardanza
Jamás para olor y zumo
O el revuelo de algún ala?
Fuerza las puertas del tiempo,
Amor que tan tarde llamas.
VIII VIVIENDO SUEÑOS
Tantos años que pasaron
Con mis soledades solo
Y hoy tú duermes a mi lado.
Son los capricos del sino,
Aunque con sus circunloquios
Cuánto tiempo no he perdido.
Mas ahora en fin llegaste
De su mano, y aún no creo,
Despierto en el sueño, hallarte.
Oscura como la lluvia
Es tu existencia, y tus ojos,
Aunque dan luz, es oscura.
Pero de mí qué sería
Sin este pretexto tuyo
Que acompaña así la vida.
Miro y busco por la tierra:
Nada hay en ella que valga
Lo que tu sola presencia.
Cuando le parezca a alguno
Que entre lo mucho divago,
Poco de cariño supo.
Lo raro es que al mismo tiempo
conozco que tú no existes
Fuera de mi pensamiento.
IX DE DÓNDE VIENES
Si alguna vez te oigo
Hablar de padre, madre, hermanos,
Mi imaginar no vence a la extrañeza
De que sea tu existir originado en otros,
En otros repetido,
cuando único me perece,
Creado por mi amor; igual al árbol,
A la nube o al agua
Que están ahí, mas nuestros
Son y vienen de nosotros
Porque una vez les vimos
Como jamás les viera nadie antes.
Un puro conocer te dio la vida.
X CONTIGO
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
Para mí están adonde
No estés tú.
¿Y mi vida?
dime, mi vida,
¿Qué es, si no eres tú?
XI EL AMANTE DIVAGA
Acaso en el infierno el tiempo tenga
La ficción de medida que le damos
Aquí, o acaso tenga aquella desmesura
De momentos preciosos en la vida.
No sé. Más allá el tiemp, según dicen,
Marcha hacia atrás, para irnos desviviendo.
Así esta historia nuestra, mía y tuya
(Mejor será decir nada más mía,
Aunque a tu parte queden la ocasión y el motivo,
Que no es poco), otra vez viviremos
Tú y yo (o viviré yo sólo),
de su fin al comienzo.
Extraño será entonces
Pasar de los principios del olvido
A aquel fervor iluso, cuando todo
Se animaba por ti, porque vivías,
Y de ahí a la ignorancia
De ti, anterior a nuestro hallazgo.
Pero en infiernos, de este modo,
Dejaría de creer, y al mismo tiempo
La idea de paraísos desechara;
Infierno y paraíso,
¡No serán cosa nuestra, de esta vida
Terrena a la que estamos hechos y es bastante?
* Infierno y paraíso
Los creamos aquí, con nuestros actos
Donde el amor y el odio brotan juntos,
Animando el vivir. Y yo no quiero
Vida en la cual ya tu no tentas parte:
Olvido de ti, sí, mas no ignorancia tuya
El camino que sube
Y el camino que baja
Uno y el mismo son; y mi deseo
Es que al fin de uno y de otro,
Con odio o con amor, con olvido o memoria
Tu existir esté allí, mi infierno y paraíso.
XII LA VIDA
Como cuando el sol enciende
Algún rincón de la tierra,
Su pobreza la redime,
con risas verdes lo llena
Así tu presencia viene
Sobre mi existencia oscura
A exaltarla, para darle
Esplendor, gozo, hermosura.
Pero también tú te pones
Lo mismo que el sol, y crecen
En torno mío las sombras
De soledad, vejez, muerte.
XIII FIN DE LA APARIENCIA
Sin querer has deshecho
cuanto mi vida era,
Menos el centro inmóvil
Del existir: la hondura
Fatal e insobornable.
Muchas veces temía
En mí y deseaba
El fin de esa apariencia
Que da valor al hombre
Para el hombre en el mundo.
Pero si deshiciste
Todo lo en mí prestado,
Me das así otra vida;
Y como ser primero
Inocente, estoy solo
Con mí mismo y contigo.
Aquel que da la vida,
La muerte da con ella,
Desasido del mundo
Por tu amor, me dejaste
Con mi vida y mi muerte.
Morir parece fácil,
La vida es lo difícil:
Ya no sé sino usarla
En ti, con este inútil
Trabajo de quererte,
Que tú no necesitas.
XIV PRECIO DE UN CUERPO
Cuando algún cuerpo hermoso,
Como el tuyo, nos lleva
Tras de sí, él mosmo no comprende,
Sólo el amante y el amor lo saben.
(Amor, terror de soledad humana.)
Esta humillante servidumbre,
Necesidad de gastar la ternura
En un ser que llenamos
Con nuestro pensamiento
Vivo de nuestra vida
Él da el motivo,
Lo diste tú; porque tu existes
Afuera como sombra de algo,
Una sombra perfecta
De aquel afán, que es del amante, mío.
Si yo te hablase
Cómo el amor depara
Su razón al vivir y su locura,
Tú no comprenderías.
Por eso nada digo.
La hermosura, inconsciente
De su propia celada, cobró la presa
Y sigue. Así, por cada instante
De goce, el precio está pagado:
Este infirno de angustia y de deseo.
XV DIVINIDAD CELOSA
Los cuatro elementos primarios
Dan forma a mi existir:
Un cuerpo sometido al tiempo,
Siempre ansioso de ti.
Porque el tiempo de amor nos vale
Toda una etrnidad
Donde ya el hombre no va solo.
Y Dios celoso está.
Déjame amarte ahora. Un día,
Temprano o tarde, dios
Dispone que el amante deba
Renunciar a su amor.
XVI UN HOMBRE CON SU AMOR
Si todo fuera dicho
Y entre tú y yo la cuenta
Se saldara, aún tendría
Con tu cuerpo una deuda.
Pues ¿quién pondría precio
A esta paz, olvidado
En ti, que al fin conocen
Mis labios por tus labios?
En tregua con la vida,
No saber, querer nada,
Ni esperar: tu presencia
Y mi amor. Eso basta
Tú y mi amor, mientras miro
Dormir tu cuerpo cuando
Amanece. Así mira
Un dios lo que ha creado.
Mas mi amor nada puede
Sin que tu cuerpo acceda:
Él sólo informa un mito
En tu hermosa materia.
495 BIRDS IN THE NIGHT
498 MÚSICA CAUTIVA
510 PREGUNTA VIEJA, VIEJA RESPUESTA
518 EL POETA Y LA BESTIA
523 A PROPÓSITO DE FLORES
527 DESOLACIÓN DE LA QUIMERA
530 PEREGRINO
531 TRES MISTERIOS GOZOSOS
532 RESPUESTA
537 LUNA LLENA EN SEMANA SANTA
539 EPÍLOGO
562 EL ESCÁNDALO
565 BELLEZA OCULTA
568 JARDÍN ANTIGUO
569 EL POETA
570 EL PLACER
571 EL MAGNOLIO
572 EL MAESTRO
574 EL VIAJE
576 EL ENAMORADO
583 la antorcha inextinguible que de mano en mano se pasan las generaciones...
586 APRENDIENDO OLVIDO
588 Unos jazmines o unos nardos, colocados luego sobre la almohada para orear la media noche, te traían el recuerdo de aquellos golfillos que por la calle los vendían, ensartadas las biznagas en pencas de chumbera, no menos delicado el cuerpo del vendedor, ni menos tersa su piel morena, que el pétalo de la flor veladora de tu sueño.
588 EL AMANTE
592 existir era para ti como quien vive un milagro.
Era la vida de nuevo; la vida, con la confianza en que ha de un siempre así de pacífica y de profunda, con la posibilidad de su repetición cotidiana, ante cuya promesa el hombre ya no sabe sorpenderse.
593 EL AMOR
594 ... para quienes pecado resulta cuanto no devenga un provecho tangible.
597 ... es vívida la realidad creada por la imaginación.
BIBLIOTECA
603 ... lo exterior y lo interior se correspondían y ajustaban como entrte los amantes el deseo del uno a la entrega del otro. Y tu cuerpo escuchaba la luz.
612 Como Orfeo afrontarías los infiernos para rescatar y llevar de nuevo contigo la imagen de tu dicha, la forma de tu felicidad. Pero ya no hay dioses que nos devuelvan compasivos lo que perdimos, sino un azar ciego que va trazando torcidamente, con paso de borracho, el rumbo estúpido de nuestra vida.
627 ... la maldición antigua del hombre: el deseo de cambiar de sitio.
630 En medio iba el fluir agolpado de los cuerpos, muchos aguardando propicios una seña para reunirse al deseo de más íntimo contacto.
631 El niño entre cuyas manos la representación de la muerte fue un juguete, debe crecer con una mejor aceptación de ella, estoico ante su costumbre inevitable, buen hijo de una tierra más viva acaso que otra ninguna, pero tras de cuya vida la muerte no está escondida ni indignamente disfrazada, sino reconocida ella también como parte de la vida, más certeramente quizá, como parte indistinta de ella.
... Los labios guardan silencio, pero cuántas cosas dicen los ojos, y qué bien las dicen.
635 Verdad es que la poesía también se escribe con el cuerpo.
PERDIENDO EL TIEMPO
638 OCIO
640 LOS OJOS Y LA VOZ
643 DÚO
646 PROPIEDADES
649 comprendes entonces que al vivir esta otra mitad de la vida acaso no haces otra cosa que recobrar al fin, en lo presente, la infancia perdida, cuando el niño, por gracia, era ya dueño de lo que el hombre luego, tras no pocas vacilaciones, errores y extravíos, tiene que recobrar con esfuerzo.
LA POSESIÓN
651 EL INDIO
CENTRO DEL HOMBRE
654 EL REGRESO
702 Voces que abren tantas ramas
Como puede contener el recuerdo entre las piernas
Donde la dicha comienza y termina la angustia
De aguardar que los trigos cambien su color todo negro.
705 LA CASA VERDE DORMIDA
706 HAY
707 IGNORAS LA SONRISA
708 LA POESÍA PARA MÍ
727 Para figurar mis deseos mi amor
De tus palabras en el cielo
Puso trus labios como un astro
En la noche vivaz tus besos
Y alrededor de mí la estela de tus brazos
como una llama en signo de conquista
Mis sueños en el mundo
Son claros y perpetuos.
Y cuando allí no estás
Sueño que duermo sueño que sueño.
751 Odia y ama a través de las horas sin npstalgía,
Que está la eternidad ante nosotros.
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Nota falta lectura de pantalla antes de imprimir.
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